Escondida entre miedos, complejos y tabúes, la sexualidad ha tenido que enfrentarse a grandes obstáculos. Una historia de censura, con la liberación como único objetivo, que se ha visto sometida a los cambios sociales e ideológicos de la colectividad. Sería indiscutible entonces que en una actualidad marcada por la reivindicación popular de libertades pudiera hablarse libremente de sexo. Y aunque esto es en parte cierto, seguimos viviendo en una sociedad construida sobre una doble moral: todos quieren sexo, pero ¡que no se hable de sexo!

La sexualidad comienza su carrera contra la censura en un periodo liberal de progreso social y tecnológico, la Ilustración. Una etapa donde el libertinaje deja de castigarse, al menos para el sexo masculino. La concepción de una libertad individual que guiaba la conciencia del individuo y lo impulsaba a tomar sus propias decisiones se convirtió, sin quererlo, en una de las primeras chispas. Unas chispas que tardarían siglos en arder. Con ella comenzaron los estudios biológicos de la sexualidad humana y su naturaleza, que darían a médicos y pensadores una base científica en la que apoyar sus ideas de sexualidad. Así lo hizo Freud con su planteamiento de los sujetos sexuales: todos los individuos son sujetos sexuales, incluido los niños.
Mucho sexo, pero en secreto. Es lo que se llevaba en la época y poco evolucionó en las décadas posteriores. Los roles de géneros notablemente asentados y la concepción doméstica y matrimonial de la mujer no facilitaban su acceso activo a la sexualidad, cuanto menos públicamente.

Quien iba a decir que, supeditada durante siglos a su romantización en la literatura y el arte, sería la música quien abriría el camino hacia el erotismo contemporáneo y la libertad sexual. La década de los 60 del siglo pasado fue, según Lucía de Leone, un regalo en cuanto a sexualidad se refiere, rompiendo con los esquemas históricos y estimulando una modernización de la moral sexual. Una sexualidad cansada de estigmas y represión brotaba así en una época de ruptura con las convenciones tradicionales guiada por una tendencia sociocultural, el movimiento hippie. El pacifismo y la libertad caracterizaban el pensamiento de una juventud inconformista y dispuesta a luchar por sus ideas y valores. Este alzamiento supuso el emerger de un nuevo concepto de sexualidad más abierto y público que concebía el sexo por mero placer y condenaba la idea del “pecado sexual”.

La mujer era símbolo de sensualidad, algo irónico teniendo en cuenta que no se les permitía expresarla fuera del hogar. Chica, eres muy sexy, pero déjalo para tu marido. Esta idea segregó el concepto de mujer diferenciando dos patrones de conducta: una mujer “adecuada” que cumplía con “las arraigadas actitudes de mojigatería y Puritanismo” de las que habla la catedrática española Asunción Gómez frente a una “femme fatale” que se correspondía con una mujer soltera que hacía uso de su sensualidad para conseguir aquello que se proponía.
Esta consideración popular derivó en una sexualización de la mujer que se hizo notar sobre todo en la publicidad. Los descansos entre programas y las grandes pancartas alternaban a “mujeres de hogar” desde una visión maternal y familiar, y a mujeres sexualizadas que cumplían con los prototipos de belleza y sensualidad.
Por Paula Guerrero.