La Faraona, uno de los grandes mitos del folclore y del flamenco andaluz, es inmortal. Su historia es historia andaluza. Su legado vive imperecedero en sus bailes y cantes influyendo todavía aún en la actualidad.
Con sólo un cuarto de sangre gitana y desde los 15 años sobre las tablas, Lola Flores es una grande de España. El reciente anuncio de Cruzcampo es un ejemplo de esa eterna artista que siempre levantó pasiones y queda para siempre en todos los corazones.
Copla, baile, cine, televisión y mucho arte forman su gran legado. Genuina, arrolladora, sofisticada, “no canta ni baila, pero no se la pierda”, publicaba el New York Times en aquel entonces. Con una vida entre América Latina y España, “servía de referencia a las mujeres que estaban aquí en España soñar con un futuro distinto”, tal como explicaba en una entrevista Cristina Cruces, investigadora flamenca. Era toda una influencer en el vestir y en el estar, al que siempre acompañaban los volantes, su inconfundible bata de cola, accesorios dorados y su característico rabillo marcado. Sus herramientas eran el mantón de manila, el abanico y la peineta.
Fue una mujer de numerosos romances, empoderada y adelantada a su época. Tuvo con el célebre guitarrista y compositor gitano “El Pescailla” tres hijos: Lolita, Antonio y Rosario, quienes también se hicieron un hueco en la música. Entre sus nietos están Elena y Guillermo Furiase, los hijos de Lolita; la actriz Alba Flores, la hija de Antonio; y Lola Orellana y Pedro Antonio Lazaga, los hijos de Rosario.
Nacida en Jerez de la Frontera en 1923, se crió alrededor de figuras como la de María Pantoja y Sebastián Núñez. Posteriormente, ya en Sevilla, asistió a la célebre academia El Realito. En su juventud haría temblar el Teatro Villamarta junto con Caracol, con quien mantuvo una relación personal y artística durante 8 años. “Alcanzaron cotas de popularidad que no habían existido en el espectáculo flamenco folclórico”, explicaba Pepe Marín, especialista en flamenco de Onda Jerez. Ya desde entonces su carrera artística apuntaba a no tener precedentes.
El mito de Lola Flores se consagra en la década de los 50, tanto en España como a nivel internacional. Sus papeles en el cine significaron un importante impulso, acumulando más de 18 títulos, como por ejemplo: Embrujo junto a Caracol, La niña de la venta con Ramón Torrado, y ¡Ay pena, penita, pena! con Miguel Morayta. Pero cuando verdaderamente relanzó el cine folclórico español fue junto a Suevia Films. Al igual que Imperio Argentina y Estrellita Castro habían hecho en los años 30, el cine de Lola se centra en sus canciones y en su baile.
Comenzó con El Lerele, Zambra, La niña del fuego… La Zarzamora, A tu vera, ¡Ay pena, penita, pena!, son algunas de sus coplas más célebres y que sin duda configuran parte del imaginario colectivo andaluz. Definitivamente, Lola acabó comiéndose al tigre.
La década de los 90 fueron los últimos para la artista. Su última participación en cine fue en 1992 en Sevillanas con Carlos Saura, compartiendo espacio junto a otros símbolos del flamenco como Camarón de la Isla o Rocío Jurado. En ese mismo año comenzó su andadura como presentadora de programas de televisión como El coraje de vivir o ¡Ay Lola, Lolita, Lola! Esta mujer icónica no dejó de cantar ni en sus últimos días. El 16 de mayo de 1995 el cáncer de mama que sufría la derrotó. Su muerte causó una gran conmoción entre el público, convirtiéndose en uno de los entierros más recordados de la historia.
Su hijo Antonio Flores, con el que la cantante estaba muy unido, falleció dos semanas después que su madre a causa de la droga. “Mi hermano murió de pena. Hay amores que matan y en este caso fue así”, declaraba Lolita en el programa de Bertín Osborne.
La Faraona recibió múltiples homenajes. “Ya puedo morir tranquila”, decía Lola sobre el último homenaje en vida que le regaló Antena 3. El más reciente homenaje es el proyecto para el Museo de Lola Flores en el que presentar todos sus recuerdos, se localizará en su ciudad natal, al igual que el de otros grandes artistas como Camarón de la Isla o Paco de Lucía.
Ese “torbellino de colores y reina del temperamento”, como cantaba Estrella Morente, pronunciaba el legendario: “Si me queréis irse”; pero Lola se quedó perenne entre nosotros convirtiéndose casi en una religión.