El revuelo que está generando la nueva serie documental, Allen V. Farrow, sobre el director neoyorkino Woody Allen (en HBO), nos recuerda que, pese a la mayor o menor estima que le tengamos al cineasta, son muchas las obras maestras que encontramos entre su extensa filmografía
En los tiempos que corren, inestables y de velocidad de vértigo, cobra especial dramatismo el fenómeno de la exclusión social, relacionado enormemente con el desarrollo de la globalización. Según la Real Academia Española (RAE), entendemos por exclusión social aquellas situaciones en las que se impide a una persona contribuir y beneficiarse del progreso político o social. En otras palabras, las situaciones en las que, determinados grupos de la sociedad no pueden acceder a concretos recursos y oportunidades.
La transición actual hacia una modernidad lanzada, llena de cambios y dirigida a la globalización y el individualismo, lleva implícitas nuevas formas de exclusión social. Podemos hablar de tres tipos de exclusión social, una referida a la esfera económica, otra a la del desconocimiento de derechos políticos y civiles, y, una exclusión conectada con el ámbito social y las relaciones. Esta última es la que trabaja Woody Allen en algunas de sus películas.
Es en Annie Hall (1977), donde Allen acude directamente al hombre de la calle, al «urbanita», por lo que se convierte en una cinta idónea donde estudiar la exclusión social. En realidad, y como acostumbra Allen, en este filme se muestra de nuevo a sí mismo como un hombre supuestamente integrado en la sociedad, pero que en cualquier momento puede ser apartado. Así lo muestra en el monólogo que abre Annie Hall.
Alvy: “Yo, ah, creo que mejorare de aspecto con los años, ¿sabes? Yo, hum, pienso que entraré en la categoría de los calvos viriles, ¿saben?… a menos que me convierta en uno de esos individuos que andan por las cafeterías con una bolsa de comida en la mano y la baba que se les cae de la boca, pegando voces sobre el socialismo.”
En esta ocasión Allen se reencarna en Alvy, un hombre corriente que ronda los cuarenta años y que trabaja como humorista en clubs nocturnos. Para Alvy la integración en la sociedad es un privilegio y, como tal, quien lo posee puede perderlo en cualquier momento. Alvy, de personalidad algo neurótica (tal y como Woody Allen es), no cesa de reflexionar sobre la vida, sus amores, y sobre su relación con Annie, interpretada por su musa Diane Keaton. Entre estos pensamientos destaca su crítica constante a la sociedad tan hipócrita en la que se encuentra.
La historia, todo un romance cómico, sitúa en un marco temporal de los años 70 la relación de Alvy con Annie, quien aspira a ser una gran cantante. Desde los primeros días estropean su relación, pero Diane y Woody funcionan tan bien en pantalla que la trama, en principio simple, asombra por su calidez y cercanía.

Lo realmente interesante del personaje de Alvy es que, trabajando con el humor y la comedia (como hacía en sus inicios Allen), el principal objeto de sus chistes y bromas es la exclusión. Véase, por ejemplo cuando cuenta que no le admitieron en el ejército y que en caso de guerra solo serviría de prisionero.
Su miedo a ser discriminado por ser judío (una de las temáticas estrellas de Allen) también es desarrollado en distintas escenas del film. Usando el surrealismo, el director trata esta exclusión religiosa en un escena en la que visita a la familia de Annie y, convenientemente, todos resultan ser blancos, anglosajones y protestantes. En estas circunstancias, Alvy se siente mas judío que nunca, y ante la mirada de la abuela de Annie, se transforma en el clásico rabino barbudo.
En realidad, Alvy en esta escena se autoengaña, pues ve a la familia de Annie correcta y elegante sin tener en cuenta que bajo las fachadas pueden darse también situaciones de exclusión. Esta brecha en la familia americana “perfecta” se termina de mostrar con el hermano de Annie, Duane, quien le confiesa a Alvy sus impulsos repentinos y algo extraños sobre chocarse mientras conduce. En esta escena, es de vital importancia los ojos y la mirada de Christopher Walken, quien encarna a Duane, ya que expresa la realidad de que hay un excluido, un solitario en la familia.
Alvy es realmente una versión un tanto modificada del propio Woody Allen, pero en esencia, es el mismo. Pese a ser hombres individualistas, artistas e intelectuales, ambos necesitan el contacto con los demás, aunque las relaciones siempre terminen en conflictos que, irónicamente, conducen de nuevo a la exclusión.

A lo largo de la hora y media que dura Annie Hall, también encontramos otro concepto de exclusión en referencia a la muerte. Lo que podríamos llamar, la exclusión definitiva. Alvy está comprando continuamente libros relacionados con la muerte, y su conocimiento y experiencia le ha hecho crear una división entre los seres humanos, “lo horrible” y “lo miserable”. En la primera categoría, se posicionan todos aquellos con algún mal físico, ciegos, inválidos, sordos… y en la segunda encontramos al resto de seres humanos. Alvy cree que la segunda opción es mala, pero no peor que la primera. Todos somos excluidos y nos hayamos dentro de un grupo u otro por una razón muy simple, somos mortales.
Allen también utiliza otro concepto de exclusión más escondido en relación con la ciudad de Nueva York, gran ciudad cosmopolita marginada y excluida, precisamente, por estas características que la distinguen del resto de ciudades norteamericanas.
Annie: “Alvy, tú eres incapaz de disfrutar de la vida, ¿te das cuenta? Quiero decir, eres igual que Nueva York. Sois tal para cual. Dentro de ti eres como una isla.”
Alvy: “Yo no puedo disfrutar de nada que no esté al alcance de todo el mundo. Mira, ya sabes, que un individuo cualquiera pase hambre donde sea, y bueno… sabes que yo… basta para hacerme plomo la noche… Bueno, ¿quieres casarte o qué?”
Annie: «No. Somos amigos.«
Allen consigue crear en Annie Hall (ganadora, entre otros premios, de cuatro Oscars), una atmósfera verosímil, en la que la sociedad se basa en las apariencias, en el éxito, el poder… El riesgo de exclusión es cada vez más apremiante y por ello mas temido. En este mundo, que el director recrea una vez más en Nueva York, y no tan alejado del actual, el individuo debe crear su propia moralidad.
El tratamiento de la exclusión en Annie Hall es una razón más para disfrutar de esta pieza angular en el cine de Allen, pero no la única. Sin duda, este film que marcó en 1977 un antes y un después en su género, ofrece una de las miradas más tiernas y especiales a aquello que según muchos mueve el mundo: el amor, y que sumado al combo Keaton-Allen, representa un diálogo y conexión constantes de los que cuesta apartar la mirada.
