Los lunes al sol, el embrujo de las miradas

De entre los mil hechizos que el cine puede echar al espectador cuando este se encuentra indefenso ante la gran pantalla, es el «embrujo de las miradas» uno de mis favoritos.

En esas raras ocasiones en las que los directores se atreven a mantener las miradas de los personajes pueden suceder dos escenarios. La primera variable se convierte en una desafortunada elección: el plano es demasiado extenso, demasiado corto, el actor no ha sido capaz de reunir el espíritu del personaje y dejarlo salir por sus ojos… es entonces cuando nosotros percibimos un fotograma vacío, entre tanto otros.

Pero la segunda variable… cuando todas las constantes, tanto técnicas como interpretativas, cuadran… ¡ay la segunda variable! La pantalla te absorbe, las manos se paralizan y los vellos se erizan. La pena; la rabia; el amor del personaje son los tuyos. En sus pupilas se ve reflejado el miedo; el dolor; el gozo. Puede que en estos breves momentos ya hayas decido que es tu nueva película favorita. No es fácil conseguir en el espectador este estado de ensimismamiento tan solo con una mirada, ya sea al horizonte, a cámara. Pero cuando se logra… ¡ay cuándo se logra!

Dando como aviso que estos conceptos y teorías son totalmente inventados por mí (y mis ensoñaciones cinéfilas en las que los personajes me cuentan cosas), procedo a explicar este «embrujo de las miradas» tan extraño de encontrar como etéreo, en uno de los clásicos de los 2000 del cine español, Los lunes al sol (2002).

Cartel de la película Los lunes al sol

El guión, de Fernando León de Aranoa (director y guionista), narra la historia de un grupo de hombres, en el pasado compañeros de trabajo ahora en paro tras la reconversión industrial de una ciudad costera. Las máquinas han conseguido desplazar a estos trabajadores del escenario de los astilleros, y entre las protestas masivas por los despidos y las cervezas que comparten en el bar de siempre, se abre el telón dejando paso a Santa, Javier Bardem; Jose, Luis Tosar; Serguei, Serge Riaboukine, Lino, José Ángel Egido, Reina, Enrique Villén y Amador, Celso Bugallo.

El título Los lunes al sol hace referencia a un movimiento de parados franceses que se movilizó por el desempleo y la precariedad laboral.

Pero volvamos a las miradas. Se estructuran invisiblemente, entre todos los personajes, en la mirada alicaída de Lino al esperar la entrevista de trabajo, en la de deseo de Santa viendo cantar a la jovencísima hija de su amigo Rico mientras Jose llora sin llorar por su mujer… Y es que, son estos dos últimos pares de ojos, los de Luis Tosar (Jose) y Javier Bardem (Santa) los que atrapan y protagonizan la historia. En mi teoría del embrujo cabe destacar que el guión es un arma esencial para completar el hechizo, no valen miradas vacías, planos de relleno, personajes que no expresan nada.

Las conversaciones de Los lunes al sol irradian naturalidad, humor, solidaridad y sobre todo, dignidad infinita. Los personajes se agarran tan fuerte a las palabras como a la bebida, para seguir manteniendo en pie lo poco que les queda, sus relaciones. Las identidades están ya definidas (como en esos grupos de amigos que llevan juntos desde primaria), cada uno acepta su puesto y no lucha contra los otros. Salva, el líder gigantón y encantador; Jose, enredado en una relación destinada al fracaso; Lino, eterno optimista y luchador, Amador, esperando con la copa llena el regreso de su mujer…

Los diálogos, por ello, son sencillos, despreocupados, y esto arrastra al espectador de frente ante una verdad sin tapujos. Se interrumpen, se animan, dicen tacos, se preguntan, se golpean cariñosamente. Lo mejor del guión sin duda es la capacidad de hablar (a veces sin hacerlo), de temas espinosos y duros desde el humor y la ironía, lo que propicia un escenario de miradas, sonrisas y empujones llenos de sinceridad y cariño.

REINA: Joder, Jose. Las migas, que te lo estoy diciendo.
JOSE: Si es que se caen, qué quieres que haga yo.
REINA: Pues pon la mano debajo, hostia.
JOSE: Venga, coño, no seas paliza. Deja de recoger que me estás agobiando.

LINO: Es verdad, pareces mi mujer, Reina.
REINA: ¿Parezco a tu mujer? A que te pego una hostia y así ya no parezco a tu mujer.

La amistad verdadera es uno de los dólmenes de Los lunes al sol, un interés despreocupado y genuino por saber cómo está el otro (sin pretensión de contar las penas propias). Una amistad antaño unida por el trabajo, y ahora por el desamparo, el desempleo y el saberse prescindibles. La amistad que se refleja en escenas tan peculiares como verosímiles como cuando en una borrachera tonta Santa simula ser un presentador frente a la televisión de un escaparate que le devuelve su reflejo. Otro de los pilares, la crítica social que emana cada escena y que confirmaba el director en sus entrevistas «Mi película habla de lo que está en la calle, en cada esquina, en cada bar».

Los lunes al sol se fundamenta en un estudio minucioso de dos años, en los que el joven director se documentó directamente en Gijón, donde tuvieron lugar enfrentamientos entre trabajadores de La Naval y el cuerpo de seguridad del Estado tras el despido de noventa trabajadores de un astillero. El filme por ello posee pinceladas de miles de historias reales, por ejemplo, esa magnífica escena final en la que los amigos (alerta spoiler) deciden robar un trasbordador para esparcir las cenizas de Amador. En la realidad fue un acto de protesta al que Fernando León de Aranoa le otorgó un significado más sentimental en su ficción, haciendo además un guiño al título de la película. Un grupo de hombres se encuentran un lunes por la mañana a la deriva, tomando el sol tranquilamente ya que, por suerte o por desgracia, para ellos el inicio de semana no empieza en la oficina.

Es justo el personaje de Amador quien representa sin siquiera quererlo el nexo del grupo, ya que siendo un motivo de preocupación por su estado psicológico consigue reunir desde el principio de la narración (sutilmente) hasta el final al grupo de amigos. Amador representa el extremo más trágico, el final más atormentado de quien no encuentra el sentido a la vida.

Fotograma Los lunes al sol

Otro de los triunfos del filme es definir el concepto de «trabajo» en la situación contraria a este, enmarcar el trabajo, el oficio desde la mirada del parado. El contexto de la modernización industrial y los despidos sirve de pretexto para la búsqueda errante por las calles de esta (indeterminada) ciudad pesquera de los seis personajes masculinos.

Con la serenidad del que se sabe conocedor de la historia verdadera y la magia del que ha aprendido a narrar, Fernando León de Aranoa añadía a su filmografía en 2002 una película de autenticidad sorprendente, basada en parte en la historia de los sindicalistas Cándido González Carnero y Juan Manuel Martínez Morala, trabajadores del astillero de Vigo y sindicalistas de la Corriente Sindical de Izquierda (CSI).

Celebrar (y agradecer, siempre agradecer) además del trabajo de Fernando, las interpretaciones del reparto, en especial (a mi gusto personal y poco objetivo para con este actor), de un Luis Tosar atormentado y humillado que se coronaría en 2003 como Mejor Actor de Reparto por su interpretación de Jose, en los Premios Goya. Otros premios fueron a Mejor dirección, Mejor película, Mejor actor protagonista (Bardem) y Mejor actor revelación (José Ángel Egido).

Para quien haya tenido el valor de llegar a estas líneas finales ofrezco estas palabras: ver Los lunes al sol es una parada obligatoria para todo aquel que se sienta lejano de la realidad del desempleo (¿existen estos seres?), para el que desee tener un contexto entre la realidad y la ficción de la España obrera de los 2000, y, por supuesto, para todo aquel que esté dispuesto a disfrutar del buen cine.

Valoración de la película

Puntuación: 4 de 5.

Una muy buena película llevando la amistad por bandera.

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Publicado por

Sara Bellido Villar

Sevillana, 22 años. Comunicación Audiovisual y Periodismo. Apasionada del cine, los libros y el sol.

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