Tras un primer (y fallido) intento de David Lynch, más un proyecto de Alejandro Jodorowsky que nunca vio la luz, el universo de ciencia ficción creado por Frank Herbert regresa a la gran pantalla de la mano del director de Blade Runner 2049. Sin haberse estrenado ni en estados unidos ni eN China, la cinta ya ha superado la barrera internacional de los 100 millones de dólares. Pero, ¿es una cinta que satisface los intereses del gran público o es un espectáculo lento y aburrido, apto exclusivamente para los fanáticos de las novelas?
Sic Parvis Magna. Sí, se trata de una cita de la saga de videojuegos Uncharted pero viene como anillo al dedo. Es una expresión proveniente del latín que significa: «la grandeza nace de pequeños comienzos» (bueno, estrictamente significa «pequeño como grandioso», pero uno se hace a la idea). Al igual que Nathan Drake, las aventuras de Paul Atreides tienen que comenzar de forma humilde, introducir a los personajes principales y presentar el lore de un universo con más de medio siglo de bagaje literario. Sí, más que humilde, suena a algo muy ambicioso. ¿Lo consigue Denis Villeneuve, uno de los directores más aclamados (La llegada, Sicario, Prisioneros), y a la vez, más de nicho (Blade Runner 2049, Incendies, Enemy) de los últimos tiempos?
Si algo está claro es que el equipo creativo detrás de Dune (2021) se topó con un hueso duro de roer desde el minuto en el que se anunció el proyecto. Por un lado, tenían dos precedentes cinematográficos poco halagüeños: uno que no llegó a salir de la incubadora de preproducción (el proyecto soñado del escritor y cineasta chileno Alejandro Jodorowsky) y otro que supuso un ejercicio de condensación narrativa vertiginosa de la mano del (quizás, apropiadamente) maestro contemporáneo del surrealismo, David Lynch.
Por otra parte, tenían que contentar al público mayoritario (algo que a Villeneuve a menudo se le escapa, a excepción de algunos trabajos más «accesibles» como Sicario) a la par que satisfacer a los fanáticos de las novelas; una saga literaria que está considerada básicamente como «el abuelo de la ciencia ficción«. Literalmente, y sin exagerar, la mayoría de autores sci-fi han sido influenciados directa o indirectamente por Dune. ¿Naves con forma de insecto volador? ¡Hola, Nausicäa del Valle del Viento (Miyazaki, 1984) y El hombre de acero (Snyder, 2013)! ¿Casas/ dinastías que conspiran con tal de sentarse en un codiciado trono? ¡Anda, Canción de Hielo y Fuego (Juego de Tronos)! ¿Un Imperio galáctico malvado, un planeta desértico habitado por una tribu de nómadas y gusanos gigantes que emergen de la tierra y un elegido poseedor de una fuerza mística que influye en las mentes de otros? Ay, George Lucas, qué pillín…
Pero, ¿dónde está el truco? En primer lugar, tienes que contar con una trama que, aunque se haya visto un millón de veces, resulte lo suficientemente atractiva como para visionar OTRA variación más. Y si algo demostró Cristo a los subsiguientes elegidos como Anakin y Luke Skywalker, Harry Potter, Neo y cía es que a las masas les encanta una buena historia de elegidos que salvan al mundo de las fuerzas del mal.
Añade a esto un exquisito diseño de producción a cargo del «sospechoso habitual» de Villeneuve, Patrice Vermette, que por momentos recuerda a otros grandes de la ciencia ficción (Alien, el octavo pasajero y el planeta natal de los Harkonnen o el ya citado caso de Star Wars y el planeta Dune/Arrakis), un mensaje ecologista sutil (más evidente, al parecer, en la novela) y un subtexto religioso interesante; evidente, por ejemplo, en una significativa muerte que retrotrae a la imaginería de Cristo crucificado. En definitiva, la cinta está constantemente jugando sobre «territorio conocido», tanto en lo narrativo como en las influencias artísticas. Sin embargo, al ser una mezcla de elementos tan dosificada y estar rodada con el ojo preciosista de Villeneuve, se percibe como algo prácticamente novedoso y espectacular.
Claro está, habría que partir de la base de que previamente, como si se tratase de los Harkonnen con el planeta Arrakis, todo quisque ha esquilmado las novelas originales de Frank Herbert y su trabajo se ha plasmado con mucha posterioridad; algo parecido a lo que sucedió con John Carter de Marte de Edgar Rice Burroughs cuando llegó la adaptación cinematográfica de 2012. Pero esa discusión daría para otro artículo tan extenso como interesante…
Por suerte para Dune, todo el armazón que suponen el guion y la dirección artística queda revestido por un reparto que abarca desde la solidez interpretativa hasta la más pura emotividad, pasando por un antagonista vil y repulsivo que incomoda en cada una de sus apariciones.
Timothée Chalamet encarna a un protagonista un tanto estoico y frío. Probablemente, se deba a que el personaje de Paul Atreides es descrito así en las páginas escritas por Herbert, pues Chalamet ha demostrado con creces que, cuando se lo indica el guion, puede exhibir un amplío rango de emociones (Call Me By Your Name). No obstante, hay que reconocer que brilla en los momentos en los que el personaje muestra su lado más vulnerable.
Respecto al resto del elenco, hay que aclarar que, pese a los nombres del cartel, no todos tienen el mismo tratamiento, ni narrativo ni de duración en pantalla. Mientras que Javier Bardem y Zendaya quedan algo desdibujados (bajo la promesa de darles más enjundia en la segunda parte), Rebecca Ferguson y Oscar Isaac brillan como los padres de Paul Atreides.
Isaac da vida a un soberano solemne, sabio y paternal (una vuelta a la sobriedad, tras su simpático Poe Dameron en las nuevas de Star Wars) y tiene un momento dramático sumamente tenso y brillante, que no merece ser destripado pero sí aplaudido. Su compañera de reparto tiene el papel (probablemente) más interesante de la película. Es una mujer en constante conflicto, entre la fe por su orden y el amor, entre la implacable guerrera y la madre coraje. Y Ferguson es capaz de transmitir tantísimo con una simple mirada como para decir que se come con patatas al resto, cada vez que aparece.
En cuanto a los incondicionales de Jason Momoa, ni qué decir tiene que vuelve a interpretar a un guerrero bruto, con ciertos dejes carismáticos y un corazón de oro. Sí, prácticamente, vuelve a hacer de Aquaman y lucha como Khal Drogo. Pero se le ve tan cómodo ese rol y parece estar pasándoselo tan bien (de forma similar a Christoph Waltz y sus villanos sofisticados e ingeniosos) que uno no puede evitar ser contagiado por su entusiasmo.
Digno de mencionar también es Stellan Skarsgärd como el villano, el Barón Vladimir Harkonnen, quien tiene una presencia física en pantalla y unos sets e iluminación a su alrededor que, inevitablemente, recuerdan al coronel Kurtz (Marlon Brando) en Apocalypse Now (Ford Coppola, 1979). Debido a la forma similar en la que Villeneuve presentaba a otro antagonista en su anterior trabajo (Jared Leto/Niander Wallace en Blade Runner 2049) y a ciertos gestos en la interpretación de Skarsgärd, resulta pertinente cuestionarse si se trata de un homenaje consciente o de simple coincidencia. En cualquier caso, el barón Harkonnen no deja indiferente a nadie y, a diferencia de la caricaturesca versión ochentera de Lynch, se siente como una inquietante amenaza que Paul Atreides y compañía no deberían subestimar.
A esto hay quien le sumaría el soundtrack del maestro Hans Zimmer (Interstellar, Piratas del Caribe, El caballero oscuro, El rey león). No obstante, a oídos de este admirador del compositor alemán, mentiría al decir que la música dejó alguna impresión o emoción como tal. De forma similar a Gladiator (Scott, 2000), es destacable como Zimmer acude a una cantante étnica que entona cierta melodía en momentos de pura epicidad o triunfo. Citando al exquisito y extensísimo refranero español: «Lo poco agrada, lo mucho enfada».
Sin haber leído ninguna de las novelas de Herbert ni conocer nada del universo de Dune antes de entrar en la sala, hay de decir que la cinta presenta el universo al espectador medio de forma excelente. Muestra detalles de las distintas culturas, de las Casas reales, de la religión, de la tecnología e, incluso, de las palabras y del uso de los idiomas que llaman la atención y, a la vez, despiertan ciertas dudas. En este espectador, concretamente, la película causó tal fascinación y curiosidad como para pasarse días leyendo la wiki oficial de Dune y buscando el precio de la primera trilogía literaria. No se puede decir que la película haga un mal trabajo en ese aspecto, pues vende su mundo ficticio como algo único e interesante.
No obstante, es esa misma mirada pausada y contemplativa del mundo lo que provoca el principal problema del film. No es necesariamente una película lenta (sí de extensa duración: dos horas y media), puesto que ocurren revelaciones, acciones y explicaciones cada dos por tres. Pero, si realizamos un resumen de lo que ocurre en esta «primera parte», realmente no acontecen tantos hechos como cabría esperar. Sí, mueren «x» e «y», pero la película no se siente como una primera entrega «completa» y satisfactoria por sí misma. Acaba de forma súbita y con la promesa (cita literal de un personaje) de que «es solo el comienzo».
No hay un clímax/ tercer acto, si planteamos el problema desde una terminología de estructura dramática. Y eso, como es evidente, puede dejar a más de un espectador perplejo e incluso algo decepcionado. Por buscar un símil, es como si La guerra de las galaxias (Lucas, 1977) terminase con la muerte de Obi-Wan Kenobi y la huida de la Estrella de la Muerte, sin llegar a mostrarnos la batalla final entre la Alianza Rebelde y el arma definitiva del Imperio. ¿Anticlimático? Sin duda.
En resumen, el único pecado de Dune (Villeneuve, 2021) es dejarnos con la sensación de haber visto una introducción, una presentación de los personajes y el lore por la que aguardar ansiosos durante años. Sí, la recaudación mundial augura una secuela inminente y Villeneuve parece estar trabajando ya en el guion, pero uno no puede evitar temblar cuando se acuerda de casos tan sangrantes como El Hobbit de Peter Jackson y sus constantes promesas. Todo se resolvió en un epílogo estirado y soporífero de tres horas y pico que en el libro se contaba en apenas unas páginas.
Por supuesto, solo con la sorprendente integridad artística de esta primera entrega y (lo que es más importante) las buenas cifras de taquilla, uno siente que Warner Bros. continuará respetando los designios autorales de Villeneuve, lo que lleva a pensar que recibirá el testigo con la misma pasión y mimo que ha dedicado a este filme. Pero, al igual que los sueños de Paul Atreides, eso es solo uno de tantos futuros posibles. Crucemos los dedos (¿y recemos?) porque la cruzada de Paul Atreides para convertirse en el Kwisatz Haderach continúe con la misma calidad narrativa y audiovisual de esta primera entrega.
Valoración de la película
Una notable introducción al vasto universo ideado por Frank Herbert en los 60. Tiene uno de los mejores diseños de producción de 2021 y una fotografía impecable, lo que, sumados a la imaginería visual de Villeneuve, dan lugar a un espectáculo digno de disfrutarse en la pantalla más grande posible.
Interpretaciones a destacar: Oscar Isaac, Stellan Skarsgard y, especialmente, Rebecca Ferguson.
Su mayor defecto es que se siente como lo que es: un prólogo, un primer capítulo; lo que frustrará a más de un espectador impaciente. No recomendable para los incondicionales de Zendaya, pues su aparición en esta entrega no tiene el peso narrativo que esperan. No obstante, sí será un disfrute para fans de Jason Momoa y, sobre todo, Timothée Chalamet.