El acoso sexual es cualquier comportamiento, verbal o físico, de naturaleza sexual que tenga el efecto de atentar contra la dignidad de una persona. Estos actos no son solo acontecimientos puntuales, muchas personas se han enfrentado a situaciones así. Todas son personas valientes y aquí tienes sus testimonios.
En 2019, el Ministerio de Igualdad llevó a cabo la Macroencuesta de Violencia contra la Mujer. Los resultados de esta encuesta revelaron que el 57,3% de las mujeres en España de más de 16 años han sufrido en algún momento de sus vidas algún tipo de violencia machista, destacando el acoso sexual o acoso reiterado.
Esto supone un cómputo de 11,7 millones de personas. Lo que sería equivalente, aproximadamente, a toda la población, hombres y mujeres, de Bolivia.
Teniendo en mente esta cifra, podríamos determinar que los medios de comunicación pocas veces hablan de casos de acoso sexual, agresión o violación. Que estas noticias ocupen el panorama mediático solo de forma puntual es un ejemplo de que se ven como situaciones aisladas. De esta forma no se da visibilidad a que vivencias como las que aquí se han recogido pasan a diario en nuestra sociedad.
Todos los nombres de los testimonios son ficticios para salvaguardar la identidad de la persona, pero sus vivencias son reales.
Patricia, 21 años
Esto sucedió hace dos años, por Halloween. Había salido de fiesta con mi primo y sus amigos, también venía un chico al que estaba empezando a conocer. La noche empezó muy bien, estaba hablando bastante con este chico, me sentía a gusto. Decidimos irnos todos a una discoteca. Mientras íbamos de camino uno de los amigos de mi primo no paraba de llamarme, me cogía de la muñeca para apartarme a un lado y decirme que me fuera con él, que dejara al otro chico con el que estaba. No le presté mucha atención ya que se notaba que estaba bebido, pero entonces me dijo que mi primo se encontraba mal y nos íbamos a ir ya, que me fuera con él. Me preocupé y le pedí que me dijera dónde estaba, me dijo que él me llevaba.
No conocía la ciudad así que me dejé guiar. Llegamos a los aparcamientos cuando se paró y se dejó caer sobre uno de los coches que estaba allí apartado. Me sujeta de la cintura y me acerca a él e intenta besarme diciendo que él me gustaba porque le había seguido hasta allí.
Traté de apartarme preguntándole dónde estaba mi primo. Seguía tratando de besarme mientras yo colocaba mis manos en su cara y me movía para evitarlo. Vi cómo miraba el coche y me miraba a mí, supe que su idea era meterme en el coche y sabía para qué. Trató de cogerme del brazo, pero me aparté de forma brusca y salí corriendo en una dirección aleatoria. Después de un rato corriendo por fin encontré a mi primo y sus amigos esperando en el coche para irnos, solo pude articular el nombre del chico del que acababa de huir, todos entendieron lo que no era capaz de decir.
Me metí en el coche de inmediato. Uno de los amigos de mi primo se acercó y me dijo algo que me hizo estallar en llanto: «Menos mal que no te ha pegado, porque no eres la primera a la que se lo hace».
Después de eso nos fuimos a casa. El chico venía en el mismo coche.
Susana, 20 años
Desde muy pequeña he tenido que aguantar muchas situaciones de acoso callejero como silbidos, gritos obscenos o comentarios sexuales. No soy capaz de recordar una fiesta en la que los chicos no se hayan sentido libres de tocarme, aunque no me quedara en silencio y se lo recriminase. Además, como muchas chicas, he sentido miedo al salir a la calle.
Cuando tenía 13 o 14 años iba camino a mis clases particulares cuando un coche paró a mi lado y el conductor me preguntó por una dirección. Yo le expliqué el camino y él insistió en que no se enteraba así que se lo repetí varias veces. Una de las veces que se lo estaba diciendo miré hacia abajo y vi que se estaba masturbando mientras le hablaba.
Yo solo era una niña en ese momento que se sentía el objeto sexual de aquel y muchos otros hombres.
Cuando cumplí los 15 años, empecé a salir con un chico mayor que yo, él tenía 21 años. Durante la relación él me insistía en que mantuviéramos relaciones sexuales, yo no lo había hecho antes y no me sentía preparada. Me tocaba, aunque yo no quisiera, y era tan insufrible la situación que acabé cediendo en hacerlo aunque no estaba preparada.
Durante los cuatro años que duró la relación el acoso de este tipo fue constante. Yo no decidía cuándo manteníamos relaciones o cuándo no. Solo él decidía.
En general, se tiende a pensar que estas agresiones se dan por parte de personas desconocidas y en la calle. Sin embargo, según un informe de 1999 del Centro de Referencia Nacional de Violencia (CRNV), el 78% de los agresores son conocidos por la víctima, de los cuales el 76% mantienen algún vínculo familiar.
Para las personas que sufren acoso son situaciones que les marcan mucho, que no olvidan con el tiempo. Sin embargo, hay personas que, viendo cómo alguien está en estas situaciones, no las ve alarmantes y las consideran como una broma o las tienen ya normalizadas. Esto es un ejemplo más de la forma en la que la sociedad tiene asumido que estas situaciones se dan y no ven las consecuencias que puede tener para la persona.
La aceptación del acoso sexual está, en mayor o menor medida, aceptado por la sociedad según la cultura de esta, según expone el propio CRNV. Una cultura puede tener mayor ojo crítico con las situaciones de acoso, mientras que en otras sean comportamientos normalizados.
Esta cultura se hereda a través de la generaciones y es necesario cortar de raíz la asimilación del acoso, o cualquier manifestación de violencia sexual, por parte de nuestra sociedad.

Lucía, 20 años
Tenía 13 años, era mi primer novio. Él tenía 16 años y al principio, como en todas las relaciones, todo era muy bonito y fácil. Siempre quedábamos en su casa, nunca quería salir a dar una vuelta o tomar algo en la calle.
Según pasaban los meses me empezaba a insistir en mantener relaciones sexuales, yo decía que no, no me sentía preparada para ello aún. Al principio no persistía, dejábamos el tema aunque luego otro día volvía a insistir. Con el tiempo se volvió más pesado con el tema y era más complicado que dejara la idea. Hasta que llegó un día que no olvido.
Una de esas veces, estábamos, como siempre, en su casa viendo una película en su habitación, volvió a sacar el tema y le contesté que no quería. Sin embargo, se colocó encima de mí y comenzó a besarme. Aunque le dije que parara no lo hizo.
Me levantó la camiseta tapándome la cara y me sujetó las manos para que dejara de empujarle, le pedí, por favor, que parase. Hacía como que no me escuchaba. Él era más fuerte que yo y aunque me intentaba soltar del agarre no podía. Empezaba a tener mucho miedo.
Trató de agarrarme ambas manos con un brazo y dirigió la otra mano a mi pantalón, en ese momento, aprovechando que su agarre era más flojo, zafé las manos. Le grité que parara y, por fin, lo hizo.
Se tumbó de nuevo a mi lado, de espaldas, como si nada hubiera pasado. Le dije que tenía que irme, me acompañó a la puerta como siempre y me despedí sin mirarle a la cara. Después de eso tardé algunos meses en dejarle por el miedo de volver a verlo en persona.

Sara, 20 años
Estaba en cuarto de la ESO cuando esto sucedió. Me encontraba con mis padres viendo un partido de fútbol en el que jugaba mi hermano. Después de este quise regresar a casa porque me aburría, mis padres se quedaron allí. Mientras iba de camino me di cuenta de que alguien andaba detrás de mí, era un chico que jugaba con mi hermano, tenía un año menos que yo, aunque era bastante más alto, y que sabía que estaba enamorado de mí. Seguí mi camino y escuché como llamaba a un amigo al que yo también conocía, y que vivía cerca de mí, le decía que bajara de su casa, que iba para allá. Supuse que íbamos por el mismo camino por ese motivo, no le di más importancia.
Estaba ya casi llegando a mi casa por una calle poco transitada entre dos edificios cuando siento que me agarra del brazo y me gira sobre mí misma para quedar frente a él.
Le preguntó qué hace cuando me levanta del suelo. Le pido que me suelte, que me deje irme. Dice que no tiene intención de dejarme ir y me apoya contra la pared. Acerca su cara tratando de besarme, aparto la cara, no quiero que se acerque.
En ese momento llega el otro chico y al vernos comienza a reírse, por fin el otro me deja en el suelo, aunque no me suelta. El chico que me tiene sujeta me dice que salga con él, que si no le dirá a todo el mundo que yo soy una estrecha. Le digo que no, que diga lo que le dé la gana. Me suelta mientras el otro chico sigue riéndose, ve lo que acaba de pasar como una broma de niños.
Una vivencia como el acoso sexual es un ataque a la seguridad de la persona que lo sufre. El cargo psicológico que pueden conllevar estos ataques sexuales incluye formas de trastornos por estrés como ansiedad o depresión. También pueden venir acompañados de una sensación de irrealidad, esta es la sensación de “no ha podido ocurrir esto”.
Aunque los casos más sonados son las vivencias más agresivas para las personas que las sufren, el acoso también se materializa en el día a día con comportamientos que las personas tienen asumidas como normales. Estos comportamientos incluyen los piropos, miradas o roces no deseados, según la encuesta Europea de Violencia Contra la Mujer. Y estos comportamientos no deberían estar normalizados ya que son parte de lo que se denomina acoso sexual callejero.
No existe un perfil determinado en las personas agresoras, aunque sí hay algunas características que pueden relacionarse, pero en ningún caso son concluyentes. Estas características incluyen el hecho de que dicha persona haya sido abusada sexualmente cuando era menor o que tengan dificultades para establecer relaciones de pareja y encontrar satisfacción en estas, según el sociólogo y Director Regional de la Federación Mexicana de Psicología, Erick Gómez Tagle López.

Daniela, 20 años
Fue hace dos años. Iba en autobús en dirección a la facultad para hacer un trabajo, eran las once de la mañana. En el autobús había bastante gente, pero al fondo había un asiento libre frente a un señor, tendría unos cuarenta o cincuenta años. Habían pasado cuatro o cinco paradas, estaba cerca de llegar. Iba hablando por WhatsApp con mis compañeros del trabajo disculpándome porque llegaba tarde cuando por encima de la pantalla de mi teléfono vi un movimiento raro que me hizo mirar.
El señor se estaba masturbando frente a mí. De forma instintiva subí la mirada para enfrentarle, me estaba mirando fijamente sin dejar de tocarse. En ese momento me sentí observada y sucia, como si me estuviese tocando a mí. Quería decirle algo, gritarle a la cara lo que pensaba, pero no podía abrir la boca, estaba bloqueada.
Miré a la derecha mirando a las personas que estaban sentadas en los asientos de al lado, no estaban mirando. Sabía que el autobús estaba bastante lleno ¿nadie decía nada? ¿nadie más lo estaba viendo?
Me levanté del asiento lo más rápido que pude provocando que algunos me miraran, pero nadie dijo nada. Me puse frente a la puerta de salida, ya casi llegaba a mi parada. Quise armarme de valor y gritar en mitad del autobús a aquel hombre. Lo volví a mirar y no me salieron las palabras, me seguía mirando fijamente, esta vez, con una amplia sonrisa. En cuanto se abrieron las puertas salí del autobús aguantándome las ganas de llorar.

Laura, 21 años
Tenía 18 años en ese momento. Había salido con tres amigas más de fiesta, estábamos en la puerta de una discoteca debatiendo si entrar o no. Teníamos dudas de si podríamos pasar así que le preguntamos a dos chicos, que estaban también en la puerta, la edad con la que dejaban entrar al local.
Pasamos un rato fuera las cuatro solas hasta que entramos. Estábamos divirtiéndonos y bebiendo mientras bailábamos hasta que dos de mis amigas dijeron que estaban cansadas y querían irse. Nos quedamos solo mi otra amiga y yo bailando cuando aparecieron los dos chicos con los que antes habíamos hablado.
Nos pusimos todos a bailar y empecé a notar que a mi amiga el alcohol le estaba haciendo más efecto que a mí. Los chicos nos convencieron para salir a la calle a tomar el aire, entonces uno de ellos me dijo si quería ir a un callejón con él.
Me negué, le dije que quería quedarme con mi amiga. Nos fuimos todos juntos a un lugar más apartado, ahí mi amiga empezó a liarse con uno de los chicos mientras yo mantenía una incómoda conversación con el otro. Tenía los ojos puestos en mi amiga por miedo a que el otro chico le hiciera algo. De repente el chico con el que estaba hablando comenzó a besarme.
En ese momento sentí que el alcohol también había hecho mella en mí, me costaba más reaccionar a lo que estaba pasando. Noté como el chico metió una mano debajo de mi falda y comenzaba a tocarme. Cuando me di cuenta le empujé, pero él era más fuerte y hasta pasado un rato no conseguí zafarme de él.
Convencí a mi amiga de coger un taxi e irnos. Cuando llegué a mi casa me sentí sucia e incluso me duché para quitarme esa sensación. No fue hasta año y pico después que me di cuenta de que lo que había vivido era acoso sexual.
El primer paso es aceptar que estas situaciones las sufren a diario muchas personas y que son un problema. También hay que cambiar la normalización de estos actos, que nunca debieron considerarse como cotidianos. A partir de estos pasos, es el momento de poner remedio, que no se sigan dando. Aquí solo se han recogido unas pocas historias, pero en España hay 11,7 millones de historias como estas.