La siguiente cita es de la película The Dreamers (Bertolucci, 2003). Reflejada en ella queda todo lo que supone el cine para los individuos y colectivos de nuestra sociedad contemporánea. Deseo por sentirnos identificados y comprendidos por personajes, por ser uno más de la trama y atravesar la pantalla para darle un abrazo al personaje de Merab (Solo nos queda bailar, 2019), tomarnos un café con el profesor Antonio (Vivir es fácil con los ojos cerrados, 2013) o vivir dentro de la maravillosa fotografía de Retrato de una mujer en llamas (Sciamma, 2019).
“Yo era uno de los insaciables. Uno de los que siempre encontrarías sentado lo más cerca de la pantalla posible. ¿Que por qué nos sentamos tan cerca? Quizá es porque queríamos recibir las imágenes primero, cuando todavía estaban nuevas, frescas. Antes de que superaran los obstáculos de las filas de detrás de nosotros. Antes de que fueran retransmitidas de fila en fila, espectador en espectador, hasta que se agota, del tamaño de un sello postal, regresando a la cabina del proyeccionista. O tal vez, también, la pantalla era en realidad una pantalla. Pero nos proyectó (y nos protegió) del mundo.»
Todo comenzó para muchos con una simple cinta de vídeo que quizá nos ponían sin ningún objetivo más allá del entretenimiento. Pero es mucho más que una distracción o un pasatiempo. Es un lugar para descubrir otros mundos. Un lugar para poder sentir emociones que pensábamos que no existían. Un lugar donde ver personajes que antes habían permanecido en la sombra. Un lugar donde nos cuentan historias que nadie nos había contado antes o no nos habían querido contar. Mientras crecemos y maduramos, la sociedad también lo hace y con ella el cine se amolda a cada paso que damos colectivamente. El cine es ese medio que a veces está donde nadie quiere mirar. Es una de las herramientas más potentes de culturalización y de educación que poseemos en la actualidad. Y es un tesoro tener en nuestras manos algo tan poderoso.
Existe una figura que una vez que la descubres, inevitablemente estará presente en cada análisis de carácter audiovisual: Alison Bechdel, responsable del “Test de Bechdel”. Dicho test surge a través de la creación de un personaje para sus viñetas que mantenía que no vería una película si no tiene al menos dos mujeres que hablan entre sí de un tema que no sea un hombre.
Este método de análisis establece tres simples reglas:
—Que aparezcan al menos dos personajes femeninos que tengan nombre propio.
—Que hablen entre sí.
—Que en dicha conversación hablen de algo distinto a un hombre (no solamente de manera romántica).
Parece fácil pensar en una película que cumpla todo lo anterior, pero mucho más fácil es pensar en una película con todas estas reglas a la inversa. Prácticamente, serían casi todas las películas estrenadas ahora y con anterioridad. Cumplir este test resulta algo excepcional y destacable.

La tendencia hacia un cine feminista se da junto a la segunda ola del feminismo, durante los años 60. Ya se hablaba de un supuesto progreso en el papel de la mujer en el cine, pero se olvidaban del hecho de que simplemente se nos representaba bajo un marco muy definido del patriarcado. Mujeres sumisas de un hombre que se transforman en lo que él quiere que ellas sean (Grease, 1978), mujeres representadas como simples objetos del deseo sexual que sirven como línea argumental y no como personaje (The Godfather, 1972) o mujeres que deben ser guapas, educadas y calladas para que un príncipe azul vaya a rescatarlas y, de esta forma, desaparezcan todos sus problemas (ejemplo de ello son muchas de películas Disney).
Entonces, ¿cumple el cine contemporáneo europeo con el test de Bechdel? ¿Tiene el cine actual un compromiso social con el feminismo y sus vertientes? Lo cierto es que el papel de la mujer en el cine sigue estando asociado a lo secundario, a lo erótico y a lo romántico. En definitiva, personajes no complejos que simplemente complementan a los personajes masculinos para que su línea argumental siga hacia delante. Esto no quiere decir que no haya habido avances, ni tampoco que tengamos que dejar de ver nuestro capítulo favorito de Friends, o dejar de ver la mítica Pretty Woman en Navidad con nuestra familia. Lo que sí debemos hacer es ser conscientes de que en toda obra hay un discurso, un discurso que educa y que marca. Ser críticos de una manera positiva con vistas a un avance cultural y social.
Existen esos avances, existe cine feminista europeo de calidad. Existen personajes femeninos que visibilizan y no encorsetan, que liberan a la mujer y empoderan el mensaje de la lucha feminista, y sobre todo que hacen del cine un lugar para la representación real de lo que somos y de todo lo que somos capaces de hacer. El cine es un reflejo social, y como sociedad nos encontramos en la etapa histórica donde más importancia y renombre tiene la lucha de las mujeres contra el sistema patriarcal.
De algo de lo que podemos estar seguros es que veremos (y muchos, crearemos) un cine con perspectiva de género, un cine con representación no forzada de personajes LGTB y racializados, un cine en el que sea novedad que no se cumpla con las tres reglas del test. Se seguirá avanzando hacia un contenido de calidad, a manos de mujeres cineastas y con su reconocimiento como tal. Por un cine que eduque y que rompa con lo establecido. Eso es el cine contemporáneo, un cine capaz de cambiar y de cambiarnos.