Otra comedia de la mano de Mediaset que se ha promocionado a bombo y platillo y que, en la tónica habitual de la compañía, se trata de un remake del filme italiano Song’ e Napule (Manetti & Manetti, 2013). Pero, ¿es Operación Camarón (Therón, 2021) una comedia desternillante o solo un montón de humo fruto de una hiperbólica promoción?
Ya lo explicaban Mike Stoklasa y Jay Bauman (los creadores del canal de YouTube RedLetterMedia) en su análisis del remake de Cazafantasmas (Feig, 2016): la comedia es probablemente el género más difícil de analizar porque hay muchas formas de decir «es que simplemente no me hizo reír«. Esta crítica no busca realizar un análisis objetivo ni sentar cátedra, ya que cualquier reseña está parcialmente sesgada por la opinión de quien la escribe. Aclarado esto, comencemos por la sinopsis.
La premisa, partiendo y relocalizando la del film italiano anteriormente citado, es la siguiente: Sebas (Julián López) es un pianista frustrado que trabaja como policía (previo enchufe familiar) para la unidad antidroga en Cádiz. Un día, la inspectora Josefa Garrido (Miren Ibarguren) y sus compañeros (Canco Rodríguez y Julián Villagrán) lo escuchan tocar el piano y se les ocurre una «brillante» idea. En consecuencia, Sebas se hará pasar por teclista para infiltrarse en la banda de flamenco-trap «Los Lolos» capitaneada por el susodicho Lolo (Carlos «Nene» Librado), con la intención de colarse en la boda de la hija de Abeledo (Antonio Dechent), el lugarteniente del misterioso narcotraficante apodado «El Fantasma». Por el camino, se labrará una fuerte amistad con los integrantes del grupo, especialmente con Luci (Natalia de Molina), la hermana y mánager de Lolo. Así, las mentiras y los malentendidos irán tejiendo una red en torno a la vida de Sebas, hasta el punto de que su lealtad por ambos bandos será puesta a prueba.
Mi principal problema con la película es, insisto, totalmente subjetivo: no disfruto con el humor basado en estereotipos y localismos y la película se construye en torno a eso.
Una muestra clara de los tópicos en Operación Camarón (rodada entre Cádiz y Sevilla) es la presentación del personaje de Lolo en un bar. En dicha escena, aparece un niño que empieza a tocar la guitarra «con mucho arte». El punto del guion es mostrar que el talento es, en parte, innato. Para cuando el chiquillo acaba con su pequeño concierto, Lolo, mientras mira a Sebas, le pregunta al pequeño: «¿Tú has ido a solfeo?» a lo que el muchacho responde: «Tú si que eres feo, cabrón». Acto seguido, el cantante invita al menor a tomar lo que quiera y este pide a gritos un gin tonic.
Otra píldora de la dinámica cómica de la cinta se evidencia en la presentación del personaje de «Fotosho» (Xisco González), un chico de Granada que forma parte de los Lolos. ¿Cuál es el mayor estereotipo que se suele decir sobre la gente de allí? Efectivamente, la «mala follá«. Pues ahí está la premisa con la que se juega todo el rato en torno a su personaje…
Los dos «destripes» anteriormente mentados no son spoilers por gusto, sino que evidencian las claves narrativas que construyen el humor de la película. Al conocerlas, cualquiera que lea esta crítica puede esbozar si el filme casa con su sentido del humor y decantarse por verla o no. Cierto es que el trailer y spots con los que se ha bombardeado al espectador español medio ya apuntan a este tipo de gracietas, pero toda advertencia es poca.
Pero incluso teniendo un buen guion, cualquier comedia puede desmoronarse si no cuenta con los actores adecuados. En el caso de Operación Camarón, hay una de cal y otra de arena, ya que cuenta con actores de gran talento como Paco Tous, Antonio Dechent, Alberto López o Adelfa Calvo. Dechent, que interpreta a uno de los dos antagonistas principales, llena la pantalla con su presencia y se convierte en un personaje verdaderamente amenazante. Para muestra de ello, bastaría con fijarse en una escena cercana al tercer acto, en la que, mientras sostiene a un gallo de peleas, advierte a los Lolos con un pequeño monólogo.
Sin embargo, otros intérpretes como Tous son desechados de una manera tan absurda (en su caso, dos chistes de chirigotas y un par de gritos) que uno no puede evitar sentirse frustrado ante semejante desperdicio.
Así mismo, la película no solo juega con clichés narrativos, sino que convierte a algunos de sus actores en tópicos con patas. ¿Cuántas veces vamos a ver a Julián López encarnar a un protagonista inocentón, friki, torpe y algo neurótico? ¿Miren Ibarguren solo sabe interpretar a mujeres gritonas con mucho carácter? La cinta cuenta indudablemente con un buen reparto, pero al querer jugar «a lo seguro» vuelve a colocar a muchas de sus piezas en el mismo tablero cuadriculado y aburrido de siempre. Solo hay una sorpresa grata y destacable: Carlos Librado como el susodicho Lolo. Conocido por la serie Gigantes o El guardián invisible, en esta película interpreta al personaje de forma creíble, rozando la fina línea del cliché de «artista chulo y egocéntrico» y logrando generar una legítima simpatía de cara al espectador a través de su arco de personaje. Pero lo más sorprendente del papel: de todo el reparto de «no andaluces» es el único que logra un acento andaluz que no suena impostado.
En cuanto al director, Carlos Therón, me parece uno de los más hábiles del género actualmente. Sus comedias no pecan de una realización televisiva (en términos de «plano-contraplano» con escasa profundidad de campo y predominancia del plano medio) ni de falta de personalidad. Sin ir más lejos, una secuela pasable como Fuga de Cerebros 2 (Therón, 2011) contaba con un plano secuencia (a lo Scorsese) dentro de una fraternidad universitaria que dejaría boquiabierto a cualquier espectador observador. Lo dejo cuando quiera (Therón, 2018) tenía un ritmo trepidante, fruto de un cuidado montaje, y un humor que a menudo traspasaba la barrera de lo políticamente correcto; el gag de los testículos de los mafiosos rusos o el del poni chocaban diametralmente con las convenciones de la comedia española promedia.
En esta película vuelve a mostrar verdadera pasión y creatividad desde la silla del director, apostando por ciertas referencias visuales tan disparatadas y extravagantes como un «duelo western» (con primerísimos primeros planos de los ojos, al puro estilo Sergio Leone) en mitad del clímax o persecuciones de coches con ritmo, tensión y acción bien rodada, huyendo de clichés actuales del cine de acción como la shaky cam (cámara agitada) o los cortes rápidos en montaje.
Es una lástima que el guion esté construido sobre tantos lugares comunes, porque la dirección de Therón ya suponía un 50% del trabajo hecho. Incluso siendo una película de una empresa como Mediaset, hay lugar para la autoría, puesto que volvemos a ver un plano general de los protagonistas caminando a cámara lenta (como en sus anteriores cintas Es por tu bien y Lo dejo cuando quiera), al más puro estilo Reservoir Dogs (Tarantino, 1992).
El problema objetivo de Operación Camarón radica en su tono, que pasa de ser una comedia de enredos con elementos románticos y excusa de trama criminal a un thriller con ciertos golpes de humor. Concretamente, hay un punto de inflexión en la trama: la secuencia del hotel. Es en ese instante cuando culmina cierta subtrama que involucra al miembro más joven de Lolos y cuando estalla la verdadera motivación del protagonista para querer detener a El Fantasma. Es decir, estamos hablando de una escena crucial, el puente del segundo al tercer acto.
Siendo justos, es bastante común que una comedia se adscriba a un tono eminentemente dramático para que su clímax se sienta como un verdadero obstáculo que pone en peligro el final feliz. Ahí están, por ejemplo, Funny People (Apatow, 2009) o la persecución desesperada de Jim Carrey al final de Mentiroso compulsivo (Shadyac,1997).
Sin embargo, la explosión de violencia que adopta, aunque ni por asomo llega a las cotas de películas como las de Enrique Urbizu o Rodrigo Sorogoyen, no deja de sentirse como un choque brutal y notable con respecto al tono anteriormente planteado. Hace dos escenas contemplábamos una cómica escena sobre «la cobra» que sufre el personaje de Natalia de Molina y en ese momento vemos a un menor de edad siendo apaleado con una palanca. Claramente, las piezas del puzle no terminan de encajar…
En definitiva, ¿es Operación Camarón «la comedia del verano»? Depende de a quien le preguntes. Si eres fan del flamenco-fusión o te generan simpatía los arquetipos y lugares comunes sobre Andalucía y la cultura cani, esta cinta te funcionará a las mil maravillas. Si buscas una comedia sutil, subversiva con tus expectativas, con diálogos-metralleta a lo Billy Wilder o un humor con muy mala baba, como muchos de los chistes de los Monty Python o de las pelis de Berlanga, esta película no es para ti.
En cualquier caso, gracias a este tipo de propuestas, la gente está regresando a los cines. Y eso, sin importar la película que sea, se agradece dados los duros tiempos por los que está pasando la industria.
Valoración de la película
Una película que no engaña a nadie. No inventa la rueda en cuanto a comedias: la mayoría de sus actores interpretan papeles en los que ya están «encasillados» y su guion se construye en torno a estereotipos sobre los canis y los andaluces. Pero, aún con todo, la inventiva dirección de Therón y algunas interpretaciones como las de Antonio Dechent y Carlos Librado la hacen más llevadera. Si te gustan las claves propias de las comedias producidas por Mediaset, la disfrutarás enormemente. Si no, difícilmente te resultará «la comedia del verano».