Basada en un guion de su difunto padre, David Fincher estrena este fin de semana su nueva película sobre el rodaje de la obra maestra de Orson Welles
Fuente: Twitter
Se confirma por fin el estreno de la última obra de David Fincher para este fin de semana. Producida por Netflix, empezó su producción en noviembre del 2019 y, prácticamente un año después, ha empezado su ansiado estreno. Mank trata a priori la historia de Herman Mankiewicz y el proceso de rodaje de Ciudadano Kane con él como guionista, aunque los afortunados que han podido ver la película antes de su estreno en España dicen que va mucho más allá de un simple biopic. La película se estrenó en Estados Unidos el viernes 13 de la semana pasada y ahora llega a los cines de España desde este viernes, aunque también está planeado su estreno global en Netflix, donde estará disponible para todos sus usuarios a partir del 4 de diciembre. Sin embargo, su tráiler ya está disponible en internet desde hace más de un mes.
Esta película no es una obra para todos los públicos, pues además de ser otro ejemplo más del típico cine de autor, surge de la rebuscada mente de Fincher. Es una clara obra en honor a su difunto padre, Jack Fincher, ya que se ha basado fuertemente en un guión original que escribió su padre en 2003.
Entre su elenco de actores se encuentran caras conocidas como Amanda Seyfried, Tuppence Middleton o Gary Oldman, quien retrata al protagonista de la obra, Herman Mankiewicz. Además, cabe destacar que, para facilitar la inmersión del espectador y que pueda remontarse a la época en la que se basa esta película, ha sido rodada completamente en blanco y negro.
Desde principios de esta semana han empezado a surgir diferentes críticas de algunas revistas cinematográficas americanas, e incluso de algunas españolas, que han podido ver la película en doblaje original. Por los comentarios que hay de la película en las redes, se espera que esta última obra de David Fincher sea todo un éxito ya que, por ahora, no ha bajado de las 3 estrellas en las críticas más duras.
Famoso por sus obras maestras como Seven, Fight club o The social network, Fincher llevaba 6 años sin estrenar ninguna obra para la gran pantalla después de su última película Perdida, sin contar otros trabajos como el éxito del 2017 de Netflix Mindhunter. A pesar de ello, el director se encuentra con más ganas que nunca de trabajar y ya se conoce algo de información acerca de sus futuros estrenos, como la secuela de la película de acción y zombies Guerra Mundial Z, la cual muchos fanáticos del cine de terror están esperando desde 2013.
La audiencia no suele consumir el llamado “cine de autor”, ya que suele salirse de los patrones de Hollywood, es decir, películas coherentes con una narrativa usual y planos convencionales. De lo que hablamos es de largometrajes que no se ciñen a unos límites concretos, sino que juegan con el tiempo de narración, los ángulos e incluso con los detalles (vestimenta, decoración, escenario) que componen una escena. El director es el artista y protagonista, pues suele dar su propia visión acerca del mundo en el que vive. Eso es el conocido “cine de autor”.
Ahora bien, ciñéndonos a esta definición encontramos multitud de películas conocidas e incluso de culto en las que dudamos sobre su origen. En estos casos, son los mismos directores quienes nos guían en un sentido u otro: ¿es esta película independiente o no lo es?
Para abordar esta pregunta, os propongo una serie de películas, más o menos conocidas, que pueden aclarar algunas dudas en relación con el término.
¡Alerta spoilers!
La vida de Adèle (Abdellatif Kechiche, 2013)
Adèle Exarchopoulos y Léa Seydoux en «La vida de Adéle» (fotogramas.es)
Francia se caracteriza por llevar esta definición a otro nivel, con películas que han conseguido destacar y gustar a la audiencia, más allá de unos pocos espectadores complicados. Ejemplos son Amélie (Jean-Pierre Jeunet, 2001), la famosa Intocable (Olivier Nakache y Éric Toledano, 2011) o la película sobre la que os voy a hablar a continuación.
Adaptación de Blue, la novela gráfica escrita por Julie Maroh, La vida de Adéle cuenta la historia de Adèle, una joven chica francesa la cual se enamora de Emma. Esta relación la llevará por un camino de autodescubrimiento sexual y a una lucha interior que afectará a su vida.
Tuvo un gran éxito en el Festival de Cine de Cannes en 2013, y una gran repercusión mediática y social debido a la problemática de una relación homosexual. Y aunque su propuesta inicial ahora puede parecer un auténtico cliché, Kechiche supo cómo captar la esencia de lo que ese amor juvenil significó para Adèle.
Con ello, esconde una increíble metáfora en torno al color azul (color del pelo de Emma) y el autodescubrimiento: poco a poco este color va tomando mayor protagonismo a medida que Adèle consigue asimilar ese cambio interno.
Por otro lado, destaca la escena sexual a la que el director concede una mayor duración. De esta forma, se aseguraba de mostrar la belleza especial entre dos cuerpos rozando piel con piel por primera vez, una experiencia que definiría la relación entre Emma y la protagonista. No solo contento con eso, se aseguró de que cada escena entre ambas jóvenes resonara en el espectador, buscando una apreciación del erotismo sensorial que hace sobresalir a la película.
No es una narrativa que se ciñe únicamente al amor entre dos chicas, sino que pretende destacar y maximizar cada elemento de su relación, extrapolándolos a la crítica de unos prejuicios por los que se guía una parte de la sociedad.
Estoy pensando en dejarlo (Charlie Kaufman, 2020)
Fotograma final «Estoy pensando en dejarlo» (fotogramas.es)
¿Estamos dentro de un sueño, en la imaginación de una persona o todo lo que está pasando es real? Esa es, posiblemente, la pregunta que cualquier espectador se hace mientras ve esta película, cuyo desarrollo y final deja un regusto amargo en la boca de cada uno.
Definirla es complicado, sin embargo, un resumen rápido podría ser el siguiente: una mujer se plantea cómo dejar a su novio el día que va a conocer a los padres de este, un viaje que la llevará a replantearse hasta su propia existencia.
Charlie Kaufman (creador también de la famosa película Synecdoche, New York) juega con el espectador durante las dos horas de película, intercalando escenas confusas con diálogos largos y filosóficos con los que pretende hacer pensar al espectador (hacerlo reflexionar sobre su propia concepción de vida) y colocar preguntas que giran en torno a la narrativa. Todo esto para complejizar una historia completamente lineal, que esconde un significado de lo más simple.
Esta característica hace que el director se apropie completamente de la historia, la cual deriva de la novela de Iain Reid, planteando un paralelismo entre lo que está pasando y lo que «podría haber pasado si…» pues hasta los propios personajes nos incitan a pensar que no todo lo que estamos viendo es real.
El director juega con los planos, sobre todo, a la llegada de la pareja a la casa, colocando bruscos cambios entre una escena u otra: diferentes colores de la camisa del padre, edades diferentes de los personajes en cada momento, etc. Incluso la protagonista, «Lucy», comienza a dudar de su propio nombre de tantas veces que se lo cambian.
Estoy pensando en dejarlo añade multitud de referencias con las que Kaufman se siente orgulloso pues, argumenta, «es una película para unos pocos». Estas referencias llegan desde películas como Una mujer bajo la influencia (John Cassavetes, 1974), poemas de Eva H.D. y William Wordsworth o musicales (¡Oklahoma!) entre otras. Todo esto para llegar a la conclusión de que las personas estamos hechas de referencias. Visto está en la escena en la que «Lucy» llega a la habitación de Jake y ve todo aquello que su novio ha asumido en su personalidad.
No es la primera vez que realiza películas del estilo, Synecdoche, New York es otro ejemplo con el que describe el Síndrome de Cotard y nos plantea, de nuevo, preguntas acerca del estado del protagonista y su relación con el resto de personajes, cuyas respuestas están abiertas a diferentes interpretaciones.
Big Fish (Tim Burton, 2003)
Jessica Lange y Ewan McGregor en «Big Fish» (Vogue)
Tim Burton siempre sorprende con sus películas, cada una dotada de una esencia propia. Big Fish no es la excepción: un cuento narrado por William Bloom, padre de Edward Bloom, quien añade hechos fantasiosos a la historia de su vida.
Adornada con elementos románticos y fantásticos dentro de una realidad cotidiana, la película consigue llegar al espectador de una forma simple, a diferencia de las anteriores comentadas, sin dudas que resolver o situaciones complejas. Transmite, en su totalidad, la belleza de la vida (con sus buenos y malos momentos) a través de escenografías trabajadas y colores llamativos.
La perspectiva que Burton comparte, al igual que en muchos de sus trabajos, es la de dejar volar la imaginación propia. La vida puede ser aburrida si uno no le añade la creatividad suficiente, y como bien añade Albert Finney, quien interpreta a Edward Bloom de mayor: «La gente cuenta sus historias de forma lineal, es menos complicado, pero también es menos interesante».
Así, la película se desarrolla a través de anécdotas exageradas sobre el amor, la independencia, la madurez y la felicidad. Una historia simple, pero que juega con el tiempo y los escenarios, elementos que forman la marca de agua del director.
Existe un catálogo extenso de películas pertenecientes al cine de autor que, sin duda, se adaptan al gusto del público. No es «cine complicado» ni «poco lógico» y mucho menos, «no tiene nada que ofrecer». De hecho, grandes películas de este género incluyen una variedad de reflexiones y críticas sociales, interesantes de ver y escuchar.