Augusto Itúrburu ingresaba el pasado marzo en un hospital ecuatoriano por una simple tos causante de un positivo en COVID que le arrebató la vida un mes después
Latinoamérica era arrasada con especial fuerza por la primera ola de la covid-19 arrastrando la vida de miles de personas. Guayaquil, Ecuador, fue la primera ciudad afectada. En el primer mes y medio de la pandemia en Guayas, provincia donde se ubica Guayaquil, murieron 16.000 personas. Allí residía Augusto Itúrburu, un periodista cuya muerte estuvo envuelta en cierta polémica el pasado abril.
Augusto trabajaba desde 2013 en el diario ecuatoriano El Telégrafo. Sus trabajos en relación con el deporte le hacían destacar entre la redacción por su afición al mismo. Años más tarde aceptó formar parte del Comité de Empresas del diario por su gran profesionalidad.
Habían pasado pocas semanas del fallecimiento de su madre por cáncer de estómago. Augusto comenzó a sentir malestar a principios de marzo. Sus compañeros de trabajo recuerdan: «Él bromeaba, tosía y decía ‘ojalá que no sea coronavirus’”. Acudió finalmente al hospital, donde simplemente le recetaron unos antibióticos que no resultaron ser muy efectivos. Una semana después regresaba al centro hospitalario, en el que a pesar de presentar claros síntomas de ser portador del virus, no se le realizó ninguna prueba. Diez días más tarde se la realizaban, obteniendo en esta ser positivo como era de esperar. Fue ingresado en el Hospital Los Ceibos el 23 de marzo por dificultades respiratorias. Era tarde para frenar el virus. Falleció el 15 de abril de 2020 a la temprana edad de 40 años.
El 29 de febrero, el periodista acudía a una conferencia de prensa en la cual componentes del gobierno nacional anunciaban el primer caso de coronavirus en Ecuador. La vida parecía avisarle. Él no trabajaba para la sección de salud, pero aquel día le tocó hacer guardia. En el acto no hizo ninguna pregunta. Mostraba cierta indiferencia en el tema. Sus allegados cuentan que en la intimidad se burlaba del virus quitándole importancia. Ese virus que meses después acabaría con su vida.
El día de su ingreso, Augusto dejó sus objetos personales en una bolsa roja. Sus pertenencias serían entregadas a sus familiares (o al menos eso le transmitían). El personal del hospital le permitió quedarse con su móvil. Esto era inusual, pues la mayoría de pacientes que ingresaban por covid-19 no tenían ningún tipo de comunicación con el exterior.
Su teléfono fue su fiel compañero en aquella soledad. En él se desahogaba y hablaba con sus familiares. A través de este escribió el que sería su último relato. Augusto enviaba sus desahogos al que fue además de su amigo, su antiguo editor. El último mensaje que este recibió decía: “Esto agota el cuerpo”. Él ya intuía que no saldría con vida de aquella habitación. Cuando su amigo le dice que se recuperará, Augusto responde: «Lo dudo». Su novia también recibía frecuentes mensajes. “Sáquenme de aquí por favor”, le escribía.
El 27 de marzo Augusto fue entubado. El personal sanitario le retiró el móvil para que dejara de pensar en el exterior.
La polémica llegaría tras su muerte. Su hermano, Nelson Itúrburu, contaba a los medios que las pertenencias de aquella bolsa roja nunca aparecieron. “Yo estaba en la morgue cuando mi papá me llama, y me dice que han sacado la plata de la cuenta del banco, que la tarjeta (que tenía Augusto cuando ingresó al hospital) estaba activa y que esa mañana habían sacado la plata”, contaba. Decidieron denunciar, abriéndose así una investigación.
Este no fue el único robo que se ocasionó en este hospital. La gran cobertura mediática de esta noticia dio el impulso necesario a otros ciudadanos afectados para denunciar.
La historia de Augusto Itúrburu no es más que un reflejo de la tragedia que supone esta pandemia para miles de familias. El horror de la desesperación se hacía notar en cada rincón de aquel hospital. Augusto lo garantizaba desde su móvil. Un móvil mediante el que ha sido posible conocer cada pensamiento de un afectado. Pensamientos comunes alrededor del mundo sin importar raza, género o edad.