Cantar por carnaval contra el poder y la injusticia

Cada febrero, Cádiz se disfraza y canta por la libertad. La crítica social tiene su hueco en una de las fiestas más importantes de Andalucía, rompiendo toda limitación y censura mediante la poesía y la elegancia

La magia del carnaval recorre Cádiz cada febrero para “hacer feliz a la gente, aunque no tenga gobierno”, como bien dice la comparsa del eterno Juan Carlos Aragón Los Peregrinos (2017). Esa magia, que sale de la máscara y el papelillo, va cargada de risa, llanto y libertad. Porque en Cádiz, la gente grita ante la injusticia y da voz a aquel que no la tiene el resto del año. Todo ello, un reflejo de que la libertad, que por muy oscuro que sea el presente, jamás morirá en esa esquinita del sur. Las letras, comprometidas y en defensa del desfavorecido, han intentado ser calladas en muchas ocasiones, pero cada año siguen resonando en las calles. La crítica social es un componente inherente de las fiestas carnavalescas, que le da riqueza y la hace especial ante el mundo.

Transgresión por febrero

La tradición rupturista del carnaval procede de siglos atrás. Ante gobiernos autoritarios, el pueblo reprimido solo podía callar y obedecer. Entre ese silencio político, la libertad se abrió paso en pequeñas jergas y saraos de la antigua Roma, donde la gente se desfogaba y expresaba, en contadas ocasiones, sus verdaderas sensaciones acerca de la realidad que vivían. Lo hacían disfrazados, olvidando por unos pocos días el estricto sistema político establecido. La esencia de aquella actividad transgresora encontró cabida en Cádiz. La exteriorización del pensamiento se complementó con el disfraz y las coplas para felicidad del gaditano. Una mezcla preciosa por la que se lucha cada año en el Gran Teatro Falla y en las calles de la ciudad.

Las máscaras y vestimentas, cada vez más sofisticadas, evolucionan a lo que se conoce como “tipo”. El tipo habilita al carnavalero a transformarse en el personaje que interpreta. No solo lo representa, sino que lo llega a encarnar. Así, cantan piratas, peregrinos, mafiosos, “condenaos”, marqueses y otras muchas personalidades creadas a partir del arte de la pluma y el papel. Inician su viaje entre ladrillos colorados para continuar en las calles el clamor popular en pos de un mundo más justo. No se pueden olvidar esas agrupaciones callejeras, canallas, de una inmensa calidad y carga cultural y emocional. No se dejan nada en el tintero. Los límites a la expresión que nos autoimponemos a lo largo del año desaparecen entre las peñas y bajo la lluvia de serpentinas, entre carrozas y preciosos homenajes al pueblo gaditano.

Agrupación callejera durante el carnaval de Cádiz. Fuente: Fundación Cajasol.
Alzar la voz dejando huella

Las coplas son, cuanto menos, variadas. Muchas de ellas, con ese trasfondo político y cultural. El compromiso social une a los autores en una misma causa. Sin embargo, la huella de cada uno de ellos en sus agrupaciones es fundamental para la riqueza del carnaval. Distintas perspectivas de lo que es justo, correcto y ante las adversidades de los colectivos más vulnerables. Problemáticas como el machismo, el racismo, las actuaciones del poder político y económico, la inmigración y otras muchas son enfrentadas de distintas formas. La más habitual, la copla que va lanzada sin temor ni medias tintas, pero siempre, con un toque poético, bello. La elegancia de La chusma selecta (Martínez Ares, 2020), el canallismo y la ironía de Los Mafiosos (Juan Carlos Aragón, 2018), la suavidad de Oh Capitán, my capitán (Tino Tovar, 2020) y la garra de Los encaidenaos (Kike Remolino, 2020), son algunos de los ejemplos más cercanos que tenemos de la diversidad de tono en el mensaje. Pero también quedan en el recuerdo las coplas que relatan historias. La letra cuenta la historia de una mujer maltratada en primera persona a través de Los Piratas (Martínez Ares, 1998), el viaje en patera de unos refugiados por mediación de La Chusma Selecta o las duras críticas al gobierno contadas por los propios ministros, como se pudo ver hace unos años con Esto sí que es una chirigota (Vera Luque, 2014).

Agrupación Esto sí que es una chirigota. Fuente: Twitter La Chirigota del Vera
Ironía y metáfora por doquier

Los versos que se entonan en el Falla y en las calles llevan la rima como acompañante fundamental. Pero el pasodoble carnavalesco se sazona a base de ironía y el doble sentido. Porque no se ironiza solo para hacer reír, también para poner la crítica sobre la mesa con arte. En definitiva, revestir los versos más contundentes con seda y mucha ‘guasa’ para deleite del carnavalero. El mero arte de jugar con el simbolismo y las letras, unirlos y permitir al oyente sacar sus propias conclusiones. Quien se sienta aludido, por algo será.

Chirigota Los Yesterday. Fuente: Youtube Carnaval por un tubo

El pueblo canta, el pueblo ríe, pero también lucha por lo que ama y grita contra el que trata de oprimirlo. Muchos titulares hay en los medios entendiendo la chirigota como un grupo de cómicos que quieren pasar el rato. Nada más lejos de la realidad. Porque se puede soltar una carcajada mientras El Selu le aprieta las tuercas a los banqueros (Las verdades del banquero, 2013), y Juan Carlos Aragón anima a los andaluces a luchar por una tierra más digna ante el terrateniente (Los Yesterday, 1999). La belleza de cantar por lo que se quiere, por lo que duele, contra el dinero y el poderoso. El canto comprometido con la sociedad se seguirá escuchando eternamente en Cádiz, en “la cuna de la libertad” (La Gaditanissima, 2019).