Para romper el hielo ¿por qué empezaste a dibujar?
Mi afición por las artes plásticas no comenzó con el dibujo, sino con la escultura, el modelado, viendo a mi vecino, el imaginero Luis Ortega Bru a quien, por cierto, también le debo mi rojez, porque los fachas fusilaron a sus padres. Su madre, Carmen Bru era la comadrona que nos ayudó a nacer a mis hermanos y a mí.
¿Qué mensaje quisiste dar con La Corrida Franquista? ¿Representar la España de la época?
Yo lo titulé “La Corrida”, fue la dirección del Canard Enchainé quien adicionó el calificativo. Era un simple dibujo humorístico de observación, carente de toda pretensión política, concebido y ejecutado en la mesa de un café madrileño, sin tapujos y observado por un testigo, un chiquillo interesadísimo con mi trabajo, que algunos años después se llamaría Forges. Más tarde, ya en Francia, comprendí que aquello que me parecía gracioso en su normalidad, era el fascismo.
Estando en clase de Economía en mi facultad, surgió el tema de las dictaduras en Europa. Y una chica de mi clase levantó la mano para decir: Pero Franco hizo elecciones. Como periodista que ha sido, ¿qué le diría a mi generación que se supone que está más informada y documentada como ninguna?
Vuestra generación está, efectivamente, informada —porque el acceso a todo tipo de información es hoy muy amplio— pero también manipulada, debido a que semejante aluvión resulta el medio idóneo para esconder la verdad que se quiere escamotear a la opinión pública; todo ello, gracias a una prensa y televisión dominada por un poder fáctico mendaz, emanado de la carroña dictatorial, que se mantiene gracias a la embaucadora leyenda sostenida por el ardid semántico de llamar Democracia a lo que se denominaba Movimiento. En aquel entonces, todos aceptaron —aceptamos— la componenda, ante el pavor de un nuevo golpe de Estado con su consecutiva nueva guerra, nueva posguerra y otros cuarenta nuevos años de sombría normalidad sostenida con fusilamientos y torturas de rojos y separatistas.
¿Como una persona que ha sufrido el franquismo, la transición y la democracia qué piensa acerca del resurgimiento de la ultraderecha?
La ultraderecha no ha tenido necesidad de resurgir, porque nunca desapareció. Vivió abiertamente, a plena luz, con el nuevo apelativo de Demócrata y Constitucionalista, pero con los mismos intereses exclusivistas y la misma cerrazón avasalladora.
Los reyes caen, pero los reinos continúan. Franco quiso dejar su “obra” a toda costa, ¿cómo fue para usted “el después”?
No ha habido un después, sino un todavía. Es archisabido que el dictador convirtió su régimen en reino, asumiendo la regencia hasta su muerte, momento en el que pasaría el poder a manos de un pelele de nueva creación, llamado Príncipe de España, que luego reinaría con el nombre de Juan Carlos I, dejando secuelas.
¿Se sintió defraudado por la democracia cuando lo acusaron por publicar unas caricaturas —el de la prostituta, el del hombre con cuernos o el del culo de Felipe González— sobre el ingreso de España en la OTAN?
Por la democracia nunca me sentiría defraudado, y por lo que nos venden como democracia tampoco, porque presentí de antemano que se trataba de un fraude lexicológico. En cuanto a Felipe González, lejos de defraudarme, podría agradecerle que no azuzara contra mí a las jaurías del GAL. Si a alguien ha podido defraudar el señor X, no es a mí, sino a los socialistas de buena voluntad, que sin duda los hay.
¿Qué opina sobre la portada del semanario holandés que presenta, mediante una sátira, al sur de Europa como vagos y aprovechados mientras que los norteños trabajan? ¿El coronavirus ha puesto en duda la Unidad de los Pueblos o siempre lo hizo el dinero?
No he visto esa portada. En cuanto a los Pueblos, son sólo sujetos pasivos, siendo los Reinos quienes deciden sus uniones y alianzas para atacar a Pueblos más débiles y con riquezas susceptibles de serles arrebatadas. El racismo, la xenofobia, el mi dios es mejor que el tuyo, el embrutecimiento de las gentes, se utiliza en beneficio de unos pocos y para dividir a esos Pueblos facilitando su dominación. El coronavirus ha puesto aún más en evidencia el desencuentro antagónico, no de Pueblos, pero sí de clases.
¿Por qué crees que le tienen tanto miedo al comunismo?
Simplemente porque el comunismo —se llame como se llame y al margen de cualquier partido— no tiene otra ambición que distribuir equitativamente los bienes que da la tierra, acabando con el hambre, las enfermedades y la miseria de una inmensa mayoría de seres humanos, aunque sea limitando los privilegios abusivos de unos pocos; en otras palabras, los comunistas no anhelamos el advenimiento de un régimen que condene al hambre a ricos y pobres, sino que los ricos lo sean un poco menos, para que los pobres no sigan condenados a sobrevivir en condiciones infrahumanas. Nadie crea que los comunistas odiamos, ni aun envidiamos a los ricos, simplemente constatamos que no se necesitan tantas riquezas para vivir felices y comer opíparamente.
Ahora con el coronavirus, la gente ha echado en falta la sanidad pública (menos los de las caceroladas) a la que tanto han destrozado ¿cómo podría reflejarse esta situación de hipocresía en una sátira?
Basta con observar a los pijopoderosos para convertirnos en satiristas. Resulta patético observar cómo se sienten perjudicados quienes lo tienen todo, si los que no tienen nada pueden, al menos, gozar de buena salud. El egocentrismo de los pijopredadores llega al extremo de renunciar a los beneficios que, para su propio confort, les proporcionaría la buena salud de sus sirvientes, sus empleados o los inmigrantes que recogen sus cosechas, rindiendo más en el trabajo. Prefieren quedarse tuertos a cambio de regodearse cegando al populacho.
Para medir el nivel de civilización que tiene un país se hace evaluando su grado de hospitalidad. ¿No se contradicen entonces los nacionalistas con su odio a los inmigrantes?
Para que haya alguien que pueda sentirse superior es imprescindible que otro sea inferior —elemental, querido Watson— lo gracioso del caso es que quienes se pretenden superiores, cuando salen de su círculo social o de su país, constatan que pueden ser considerados inferiores con respecto a otros gilipollas de otro círculo o país. Para la gilipollez no existen razas ni clases sociales.
¿Qué piensa usted sobre la aplicación de la renta mínima vital, la cual es rechazada por un sector político que le “molesta” porque ayuda a los necesitados?
Personalmente, me indigna que haya necesidad de ayudar a los necesitados, porque eso indica que hay necesitados, algo inimaginable en un mundo donde existe despilfarro y exceso de riquezas. Ahora bien, asignar una renta mínima para poder vivir mínimamente, no basta, creo que sería aún más útil, sólido y definitivo, aplicar una renta mínima vital y también limitar las rentas máximas vitalicias.
¿Qué le parece el lema neoliberal de “privatizar los beneficios y socializar los gastos”?
Es una aberración, pero es el sistema que se nos ha dado —no nos lo hemos dado nosotros— sustentando una política aplicada por todos los gobiernos que llevamos padeciendo. Cambiando el sistema se beneficiaría el Estado —y por ende la ciudadanía— sin que ello signifique un ataque a legítimos intereses particulares. En las actuales condiciones, solo limitando esos ingentes dividendos obtenidos en vagas entelequias especulativas, cuyas ganancias se ocultan luego en paradisíacos territorios imprecisos, la justicia social podría dar un paso de gigante.