La boda de mi mejor amigo (1997): la «crème brûlée» de las comedias románticas

Cuando se habla de comedias románticas (en especial, cuando se habla de Julia Roberts), La boda de mi mejor amigo (Hogan, 1997) suele ser una de las grandes olvidadas. No obstante, los años le han sentado tal y como al buen vino. Volver a verla hoy, teniendo en cuenta debates tan actuales como los clichés del género, el amor tóxico y la representación del colectivo LGTBIQ+, hace que uno se pregunte: ¿Fue esta película una adelantada a su tiempo?
Tráiler de la película en VOSE.

En 1994, el director australiano P.J. Hogan estrenó La boda de Muriel, protagonizada por la siempre resolutiva Toni Colette (Hereditary, Puñales por la espalda). No era una comedia romántica al uso: tenía un humor sorprendentemente ácido y una protagonista cuyo carácter lindaba entre lo entrañable y el delirio más frenético. Tres años después, el cineasta nos brindó La boda de mi mejor amigo. Este filme, en parte, es heredero de su anterior trabajo; no solo por la temática (bodas), sino también por el planteamiento de ciertos personajes y por un tono que, aunque algo más edulcorado, no deja de ser menos mordaz.

La película nos cuenta la historia de Julianne «Jules» Potter (Julia Roberts), una cínica crítica gastronómica que ha recibido demasiadas puñaladas del amor. A pesar de ello, su desencanto nunca ha sido total, pues su mejor amigo de la facultad, Michael O’ Neal (Dermot Mulroney), le hizo una loca proposición durante su juventud: si a los 28 años los dos siguiesen solteros, se casarían sin pensarlo dos veces.

Una noche, Jules recibe una súbita llamada de Michael. No obstante, sus sueños se ven rápidamente truncados en cuanto su amigo le comenta que va a casarse con una joven y rica universitaria (Cameron Díaz) y que necesita que acuda a su boda para apoyarlo. Despechada, Julianne viaja a Chicago con una idea muy clara: destruir la pareja antes de que se celebre la boda. Para tal maquiavélica artimaña, contará con la ayuda de su escéptico editor y amigo George Downes (Rupert Everett).

Jules (Julia Roberts) se reencuentra con su mejor amigo Michael (Dermot Mulroney). Fotograma de la película.

En primer lugar, conviene comentar que ver a Julia Roberts en un papel como este resulta, cuanto menos, chocante. Que la apodada como «la novia de América» se preste a interpretar un papel tan antitético a sus roles habituales (la chica dulce y risueña) de películas como Pretty Woman (Marshall, 1990), Hook (Spielberg, 1991) o Novia a la fuga (Marshall, 1999), convierte a este largometraje en una bocanada de aire fresco para su carrera y le brinda la posibilidad de reírse de ella misma.

Julianne es un personaje que, en primera instancia, nos cae bien. Es una mujer herida por el desamor, tiene un amigo de la juventud del que sigue enamorada y… ¡es Julia Roberts! ¿Cómo nos va a caer mal? ¿Le apetece arruinar una boda? La apoyamos. ¿Quiere conquistar a su amigo Michael? Claro que sí, le hizo una promesa y merecen estar juntos. ¿No soporta al personaje de Cameron Díaz nada más verla? Nosotros también la odiamos.

De forma muy inteligente, al situarnos bajo el punto de vista de Jules, la película nos hace creer que ella tiene total potestad para hacer lo que sea, con tal de conseguir su ansiado final feliz. Pero, conforme avanza el metraje, las acciones de Jules se vuelven cada vez más cuestionables: miente, manipula, malmete, orquesta situaciones realmente incómodas… Y, pese a todo ello, Julia Roberts consigue aportarle suficientes matices interpretativos como para que el personaje no resulte una completa villana. Es evidente que Jules no es más que una víctima del cuento de la «media naranja». Creer que una persona está destinada a ser tu alma gemela y que, si alguien se interpone en vuestro camino, merece ser eliminado, es una evidente consecuencia del amor tóxico, de la obsesión más enfermiza y paranoide.

Pese a todo lo anteriormente mencionado, la actitud de oveja descarriada del personaje, su humor mezquino, las estrambóticas situaciones en las que se enreda y, por supuesto, su cambio de parecer en el tercer acto, convierten a Jules en uno de los personajes más tridimensionales y humanos interpretados por esta actriz ganadora del Oscar por Erin Brokovich (Soderbergh, 2000).

Jules enreda a Kim (Cameron Díaz) para que cante en un karaoke. Fotograma de la película.

El resto de personajes de la cinta no queda muy atrás en cuanto a «mimos» del guion: desde dos damas de honor verdaderamente insoportables, pasando por unos suegros que no saben de la misa la mitad, hasta un botones empático interpretado por el entonces desconocido Paul Giamatti.

Cameron Díaz como Kimberly «Kimmy» Wallace es otro personaje que, al igual que el de Roberts, subvierte las convenciones del género. Normalmente, en un triángulo amoroso, la tercera en discordia suele ser un personaje repelente, antipático o, directamente, perverso. Aunque en primera instancia, Kim puede parecer una universitaria pánfila, pija e insoportable, rápidamente nos damos cuenta de que los prejuicios de Jules contra ella no son más que un intento para justificar sus terribles acciones. Kim es dulce, encantadora (la escena del karaoke ejemplifica perfectamente ese carisma instantáneo que desprende Díaz) y ama genuinamente a Michael. Y por ello, por ese aura de perfección que contrasta perfectamente con la personalidad más despreocupada de Jules, ésta la odia profundamente.

Sin embargo, el personaje que roba cada plano, cada instante que está pantalla, es el insuperable George Downes. Rupert Everett consiguió dos nominaciones a Mejor Actor de Reparto (una de los BAFTA, y otra, de los Globos de Oro) por su rol en este film. En un principio iba a tener un papel mucho menor y se barajaban nombres como Benicio del Toro. Afortunadamente, el elegido terminó siendo el intérprete británico.

George (Rupert Everett), el otro mejor amigo, fingiendo ser el novio de Jules. Fotograma de la película.

George es, con creces, el personaje más «equilibrado» de la película. Es culto, elegante, muy muy británico y el Pepito Grillo particular de Julianne. Ciertamente, ya en los 90, comedias hollywoodienses como la desternillante Una jaula de grillos (Nichols, 1996) o In & Out (Oz, 1997) estaban comenzando a visibilizar a personajes homosexuales. Pero, en muchos casos, eran personajes que cumplían roles histriónicos o de alivio cómico. Sin embargo, ¿cuántos personajes gays de aquel momento ostentaban el rol de brújula moral de una protagonista?

Si bien es cierto que George tiene momentos de celebración de su pluma (cuando finge ser heterosexual, da pie a algunas reacciones tronchantes) y más de un comentario chistoso y ocurrente, no es un personaje que rezume carisma por ser simplemente «el amigo gay gracioso». Es querido por el público porque se enfatiza en sus interacciones con Jules, en su relación de amor puramente platónico, en su apoyo moral y consejos… Tiene algunas de las frases más memorables y sensatas del filme:

“¿De verdad le quieres? ¿O es sólo que no soportas perderlo?»

«¡¿Y a ti quién  te persigue?! ¡¡No eres la elegida!! Tienes una oportunidad de hacer lo correcto»

Jules y George, en un momento de fingida química romántica. Fotograma de la película.

Por todo ello, la audiencia de entonces y ahora cae rendida a los pie del inglés. Y no es algo que comente a la ligera pues, originalmente, el fantástico final por el que la película es conocida no sucedía como tal. A los espectadores de las test screenings (proyecciones de prueba) no les convenció y demandaron un final que incluyese a George. Así, obtuvimos un ingenioso desenlace que no me atreveré a destripar, pero del que gran parte de su fuerza emocional reside en la química entre Roberts y Everett.

Conviene aclarar que, si esta película ha sido elegida para el especial de junio, es porque recordaba a George como un personaje entrañable y escrito con sumo mimo. Volver a visionar la película y toparse con un personaje gay cuya personalidad no es «ser gay» (error muy común en la ficción de la época, hasta el punto de que Los Simpson lo parodiaron en un episodio), sino un papel con variedad de registros (dramático, furioso, jovial, sarcástico, incómodo…) y matices resulta en una de las principales razones para explicar el buen envejecimiento del film.

Un momento de tierna amistad entre George y Jules. Fotograma de la película.

Por otra parte, en términos de dirección, la película destaca por encima del promedio de comedias románticas. Mientras que muchas de éstas resultan, a menudo, «televisivas» y previsibles (gran cantidad de planos medios y generales, composición poco inspirada, etc), Hogan consigue dotar a la película de suficiente identidad visual como para que resulte resaltable.

Ejemplo de ello es la tensa escena en el ascensor entre Cameron Díaz y Julia Roberts. Para transmitir la sensación de agobio y claustrofobia por la que pasa el personaje de Jules, Hogan coloca la cámara en un punto de vista específico: en primera persona. Vemos a través de los ojos de la protagonista, observando un minúsculo espacio por el que ella da vueltas y vueltas, mientras el personaje de Díaz escupe una insufrible verborrea.

Otro ejemplo de un exquisito gusto para la composición es un plano concreto durante la escena del karaoke: Hogan compone usando la regla de los tercios y ubica a los actores en distintos términos del plano. Así, los dos amigos se encuentran en primer término y en dos puntos fuertes, mientras que la prometida desubicada se encuentra en segundo término y en el centro de la imagen. En consecuencia, el director nos está remarcando visualmente la conexión emocional entre Michael y Julianne y el distanciamiento parcial de Kim.

Kim, completamente desubicada ante la química de su prometido con Jules. Fotograma de la película.

Así mismo, la película cuenta con algunas secuencias muy memorables (como la persecución que marca la transición del segundo al tercer acto) y escenas concretas que no solo han calado en la cultura pop, sino que también se perciben como deudoras de grandes clásicos del género. Por concretar aún más, recomiendo especial atención a la escena en la que Jules y Michael conversan, mientras permanecen a bordo de un ferry que atraviesa el río Chicago. En ese instante, tanto las interpretaciones, como los planos seleccionados por el montaje y la banda sonora de James Newton Howard se convierten en ecos del cine romántico de los años 40. La película querrá desafiar los tropos del género, pero tiene claro qué y qué no homenajear.

Pero, si hablamos de instantes para el recuerdo, la escena que mejor ejemplifica esto es el archiconocido almuerzo en el restaurante. Para quienes aún no habéis tenido la oportunidad de ver la película, me ahorro el destripe. Solo conviene mencionar que implica al personaje de George, a toda la familia de Kim Wallace y a una canción de Aretha Franklin. Es un momento muy divertido, que transmite un entusiasmo contagioso y que roza los límites de la parodia con respecto a momentos musicales en este tipo de pelis.

La escena más famosa del film, al ritmo de I Say A Little Prayer de Aretha Franklin. Fotograma de la película.

Y, por supuesto, la creatividad de P.J. Hogan y las fantásticas interpretaciones quedarían completamente desarticuladas ante un mal guion. Por suerte, Ronald Bass, coguionista de Rain Man (Levinson, 1988) y Quédate a mi lado (Columbus, 1998), firma un libreto plagado de diálogos avispados, situaciones disparatadas y un final absolutamente brillante.

Los actores enuncian sus líneas con una velocidad pasmosa; algo que sonrojará a más de un amante de la screwball comedy (comedias centradas en la guerra de sexos, con diálogos rápidos y situaciones extravagantes entre sus protagonistas. Ejemplos: La fiera de mi niña o Sucedió una noche). Ciertas dinámicas entre personajes se tornan particularmente emotivas (varias de las confesiones entre Jules y George o la breve conversación con el botones), mientras que otras resultan tan desternillantes como absurdas. Por ejemplo, un diálogo entre Díaz y Roberts que implica, como analogía, una gelatina y una crème brûlée. Me niego a desvelar en qué contexto y cómo se dice, porque merece la pena oírlo…

En resumen, por cómo deconstruye las claves narrativas del cine romántico (el triángulo amoroso, la ruptura y la persecución en el tercer acto, la mentira como elemento beneficioso, momentos musicales forzados, etc), por cómo nos hace reflexionar sobre nuestra actitud hacia quien amamos y por cómo plantea a un personaje homosexual sin caer en estereotipos ofensivos ni resultar condescendiente, La boda de mi mejor amigo (Hogan, 1997) debería ser recordada con bastante más frecuencia.

Teniendo en cuenta la enorme cantidad de romcoms actuales que se autoproclaman como «antirrománticas«, como 500 días juntos (Webb, 2009), Mejor solteras (Ditter, 2016), Don Jon (Gordon-Levitt, 2013) o El lado bueno de las cosas (Russell, 2012), convendría no perder de vista a esta «antecesora». Es como paladear una buena crème brûlée; o quizás, una jugosa gelatina… En cualquier caso, un plato dulce, que no empalagoso.

Valoración de la película

Puntuación: 4.5 de 5.

Una joya infravalorada. Cuenta con unos diálogos vibrantes e irónicos, unas interpretaciones carismáticas y unos temas que, en muchos aspectos, se adelantaron a su época. El final es, probablemente, uno de los mejores que ha tenido el género en las últimas décadas. Recomendable para los amantes de las romcoms y para los que las ven con una mirada más cínica; ambas partes quedarán más que satisfechas.

¿Por qué el Día de la Visibilidad Lésbica es importante?

Las mujeres lesbianas han estado presentes a lo largo de la historia. Sin embargo, sus relaciones sexuales y/o románticas han sido totalmente invisibilizadas. La actual reivindicación es más que necesaria para darles visibilidad y representación en una sociedad con ansias de cambio. 

El 26 de abril de 2008 se celebró por primera vez el Día de la Visibilidad Lésbica en España. Un movimiento que busca reivindicar los derechos de las mujeres lesbianas dentro de una sociedad que aún sufre de prejuicios provenientes de la desinformación y una educación que aún tiene que trabajar por la igualdad. Este día busca la libertad que les impulse a expresar su identidad y sexualidad sin miedo alguno.

El 26 de abril se celebra el día de la Visibilidad Lésbica en varias partes del mundo. Fuente: pcr.org.ar

Las relaciones entre mujeres siempre han estado escondidas conforme ha pasado la historia. Sabemos de las aventuras amorosas y sexuales de muchos hombres, como Alejandro Magno o Lorca, pero cuando se intenta hablar sobre lo mismo con mujeres lesbianas parece que a duras penas se conoce. Es por esto que hoy veremos cómo han sido vistas dichas relaciones, su representación y algunas mujeres que vivieron siendo ellas mismas a pesar de los prejuicios y abusos, y que gracias a ellas se ha podido avanzar a un mundo cada vez más igualitario. Aunque aún queda mucho por lo que luchar.

Lesbiana

Antes de nada, ¿de dónde surge la palabra lesbiana? Pues bien, su origen proviene de Safo de Lesbos, una poetisa griega del siglo VII a.C. Fundó la Casa de las Musas, en la cual se educaba en varias artes a las jóvenes de la isla Lesbos. Se dice que mantuvo relaciones con algunas discípulas gracias a sus poemas. Fue la primera mujer en mucho tiempo que escribió sobre la homosexualidad femenina. Muchos siglos después, concretamente en el siglo XVI, Pierre de Bourdeille, señor de Brântome, escribe la obra La vidas de las damas galantes haciendo alusión a Safo de Lesbos. Por primera vez aparece la palabra lesbiana.

Safo de Lesbos. Fuente: bbc.com

De ella también viene la palabra sáfico/a, que no es solo una estrofa si no el nombre que reciben las mujeres que siente atracción por otras. Generalmente se utiliza para mujeres homosexuales, pero también a veces se utiliza para las bisexuales.

Durante la Edad Media apenas se encuentran historias o testimonios de estas relaciones. Su vida sexual carecía de interés en ese momento. También se debe a que la homosexualidad fue ocultada en Europa durante este período. Es en la Edad Moderna cuando podemos hablar de mujeres que tuvieron relaciones con otras como fue el caso de la reina Cristina de Suecia quien estuvo con una dama de la corte, Ebba Sparre, con la que mantuvo correspondencia. Estas cartas sirvieron para confirmar su historia.

Cristina de Suecia. Fuente: hola.com

Ya entre el siglo XVIII y XIX surge el concepto de amistad romántica que era utilizado para hablar de personas del mismo género que mantenían una relación romántica y platónica, pero no sexual ya que las relaciones sexuales entre homosexuales eran ilegales. Es por esto que algunas mujeres de la época podían darse públicamente muestras de cariño sin que nadie las juzgase. Socialmente era aprobado, pues se observaba como una amistad «más intensa».

Señoras que se empotraron hace mucho de Cristina Domenech, obra donde se narra la vida de mujeres que mantuvieron relaciones sáficas entre los siglos XVIII y XX. Fuente: casadellibro.com

Un ejemplo sería la historia de las Señoritas de Llangollen, Eleanor Butler y Sarah Ponsonby, que vivieron juntas en una casa de campo de Gales como, según algunos testimonios, un matrimonio. Casi al mismo tiempo, Anne Lister y Ann Walker se casaron en York. Allí tomaron la comunión en una iglesia, un hecho que se consideró un espectáculo y por el cual recibieron burlas.

Anne Lister y Ann Walker en la serie Gentleman Jack. Fuente: fueradeseries.com

Aquí en España, ya en el siglo XX, también se dio el primer matrimonio homosexual entre dos mujeres: Elisa y Marcelina. Sus familias no aprobaban dicha relación y tuvieron que mantenerla en secreto. Fue en 1901 en Galicia cuando decidieron casarse en una iglesia. En este caso se puede decir que fue más oficial, puesto que Elisa se disfrazó de hombre y dijo llamarse Mario. Pero todo acabó saliendo a la luz cuando el diario La voz de Galicia publicó el siguiente titular: Un matrimonio sin hombre. Dado el acoso que recibieron tuvieron que irse a Portugal, pero no les fue mejor ya que fueron arrestadas por falsificación de documentos. Finalmente, emigraron a Argentina.

Elisa y Marcelina en La Voz de Galicia. Fuente: lavozdegalicia.es

A pesar de que estas historias concurrieron hace ya un siglo, la lesbofobia ha estado —y está— muy presente. Un hecho que ocurrió hace tan solo treinta años fue el escándalo de la serie Ellen. En 1998 el personaje de Ellen Degeneres, Ellen Morgan, salió del armario en esta sitcom con la ayuda de Susan, interpretada por Laura Dern. No solo el personaje de Degeneres se declaró lesbiana, si no que la propia actriz también lo hizo en la portada de Time. Todo esto fue mal visto no solo por parte de la sociedad de la época, si no también por Hollywood. Las carreras de ambas actrices se vieron afectadas negativamente durante los siguientes años, dificultando y disminuyendo sus oportunidades laborales.

Ellen Degeneres y Laura Dern en el capítulo «El Cachorro» en la serie Ellen. Fuente: lavanguardia.com

Con el paso de los años, tanto películas como series han introducido diversas historias cuyas protagonistas eran lesbianas. En el caso de España fue la pareja de Bea y Ana en Aquí no hay quien viva o Pepa y Silvia en Los Hombres de Paco. Actualmente también hay representación en otras series como sería Luimelia en Amar es para siempre o, a nivel internacional, Cheryl Blossom en Riverdale según la actriz que la interpreta, Madelaine Petsch. Una visibilidad en la ficción que tiene repercusión en la realidad al normalizar la sexualidad e identidad de las mujeres homosexuales.

Bea y Ana, personaje de la serie Aquí no hay quien viva. Fuente:anhqv.es

Son muchos avances los que se han conseguido gracias a la lucha del movimiento LGTBI+. Pero aún queda un largo camino por recorrer. Las mujeres lesbianas han estado mayormente invisibilizadas. Sus relaciones no eran tomadas en serio, puesto que no se veía como un asunto de importancia, y cuando salían a la luz eran acosadas y humilladas. Algo que desgraciadamente a día de hoy sigue ocurriendo. Por ello es tan importante el Día de la Visibilidad Lésbica, un día para recordar y luchar para que cualquier mujer homosexual pueda ser, desear y amar a quien quiera con total libertad.

Lo que la historia ha omitido

Actualmente existe un intenso debate sobre la sexualidad que ha provocado la aparición de nuevas investigaciones junto a conceptos o clasificaciones diferentes que están comenzando a emerger contra los estereotipos sociales. Antes de meternos de lleno en ello, mejor empezar desde una definición: la sexualidad va orientada a dos ámbitos; sexual e identidad. Según la RAE, la sexualidad es el «conjunto de condiciones anatómicas y fisiológicas que caracterizan a cada sexo, o apetito sexual».

Identidad sexual. Fuente: Diario Sur

Todas las personas tenemos un género, un sexo y una orientación que, si bien se relacionan entre sí, son diferentes. Por ejemplo, existen dos tipos de identidad: una sexual (el sexo biológico otorgado al nacer a partir de la interpretación de nuestros genitales) y de género (identificación de una persona con una identidad masculina, femenina o andrógina, que es el encuentro de ambos rasgos sin que exista dominancia de uno u otro).

Sin embargo, la sociedad y su cultura influyen de manera directa en la concepción del género, llegando a crear los llamados “roles de género”, pues va más allá de lo biológico, el ser hombre o mujer está ligado a la forma de comportarse o de vestir, por ejemplo.

Esta concepción hoy en día es algo que se está rompiendo, aunque su lucha lleva consigo muchos años. Comenzó como una reivindicación por parte del colectivo homosexual, quienes pedían ser tratados igualitariamente tanto en el ámbito social como en el de oportunidades, y se ha convertido en lo que es ahora: el colectivo LGTBIQ+ luchando por poder expresar su sexualidad libremente, su identidad y sus preferencias sexuales, y contra el desprecio que se sigue manifestando hacia ellos.

Manifestación de la Gay Activist Aliance. Fuente: LGTB Media Spectatorship

La ciencia que estudia el Hecho Sexual Humano, es decir, el concepto de sexología, aparece por primera vez vinculado al pensamiento feminista y el género a finales del siglo XIX, de la mano de Elizabeth Osgood Goodrich Willard, con un enfoque biológico, para clasificar los dos sexos y sus características. A la vez, la medicina comenzaba a regular los estudios en relación con la sexualidad –aunque siempre entendiéndola como la práctica heterosexual conyugal y reproductiva–. Esto hizo que fuera quedaran otras atracciones sexuales, pues aún se entendían como “enfermedad mental”.

A principios del siglo XX, un grupo de sexólogos comienzan a abrir el enfoque a la diversidad. Se fundó la Liga Mundial por la Reforma Sexual que reivindicaba derechos para la comunidad, comprensión científica hacia la constitución sexual o reformas legales y sociales para eliminar los peligros de la prostitución, entre otros objetivos.

La revuelta más conocida y la que sin duda, marcó un antes y un después, fue la de Stonewall Inn en 1969. Un grupo de policías realizó una redada en el bar Stonewall para sacar de allí a los clientes, todos de dicha comunidad. Sin embargo, estos se defendieron ante tal injusticia, obligando a los policías a refugiarse dentro del bar. Tras esa noche, los gais y lesbianas se unieron en organizaciones, como Gay Activists Alliance y Gay Liberation Font, precursoras del primer Desfile Gay como conmemoración del aniversario de la revuelta.

Revueltas de Stonewall. Fuente: El cierre digital

En España, en 1970, surgió la primera acción clandestina por los derechos homosexuales: Movimiento Español de Liberación Homosexual. En contraposición, ese mismo año se habían aprobado penas de prisión o internamiento psiquiátrico para los homosexuales.

Con el surgimiento de la enfermedad del SIDA, el colectivo transexual y homosexual retrocedió aquellos pasos que había conseguido dar, pues su origen se asoció a las relaciones entre personas del mismo sexo y entre transexuales. No fue hasta el 17 de mayo 1990 cuando la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró que la homosexualidad no era una enfermedad. Miles de personas se lanzaron ese día a las calles para celebrar esa victoria a pesar de que el terrorismo contra la comunidad estaba aumentando. En 1999, ocurrió el atentado de Admiral Duncan llevado a cabo por un terrorista de extrema derecha quien acabó con la vida de tres personas que se encontraban en el local, un sitio que en nuestros días, es un símbolo para la comunidad LGTBQ+ londinense.

Tras ello, en 2001, Holanda aprobó el matrimonio homosexual. Le siguieron Bélgica en 2003, Canadá y España en 2005 y Sudáfrica en 2006, entre muchos otros. Actualmente está permitido en 28 países, entre los que están Reino Unido y Costa Rica, los últimos en aprobarlo a principios de este mismo año.

La OMS declara que la homosexualidad no es una enfermedad. Fuente: El Mundo

Por otro lado, aparece la figura de Michael Dillon, que tras recibir la primera cirugía de reasignación de sexo en 1939, pudo llegar a ser él mismo. Dilon fue el encargado, años más tarde, de operar a Roberta Cowell, la primera mujer trans británica conocida en someterse a la misma operación. De hecho, existió una mujer trans antes de ella, Lilith, que no pudo seguir viviendo tras haber sido operada y su registro no consta en ningún lado. La muerte de Cowell se dio en 2011, tras una larga vida luchando por los derechos de las personas transexuales.

Más recientemente, en 2018, el presidente alemán, Frank-Walker, se disculpó a la comunidad por los crímenes cometidos durante el Holocausto. El mismo año, la OMS expulsó la transexualidad de la categoría de trastorno psicológica y pasó a ser una cuestión física.

“Les pido perdón por ello. Por el dolor y por la injusticia pasados y por el largo silencio que le sucedió”

Frank-Walker, presidente de Alemania

Hoy en día somos conscientes de que que las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo no están ligadas únicamente a la reproducción, sino que son una variante del comportamiento humano, también unida a la identidad como ya hemos explicado. La sexualidad mantiene una estrecha relación con los derechos y la dignidad de la persona, un camino que la sociedad todavía está protagonizando, y que aún seguirá recorriendo, puesto que supone plantear otro enfoque de los derechos humanos: la sexualidad está relacionado con el ámbito social, cultural, político y económico. Al fin y al cabo, los grandes cambios llevan su tiempo.