«Loco por ella» y nosotros por ellos

Loco por ella se estrenó en Netflix el pasado 26 de febrero y se ha convertido en una de las cuatro producciones españolas (junto a La Casa de Papel, El Hoyo y Bajocero) más exitosas de la plataforma. No solo se ha mantenido durante semanas en el top 10 nacional, sino que se ha posicionado en el top mundial de lo más visto en la plataforma desde marzo de 2020
Cartel de la película Loco por ella (2021). Fuente: e·cartelera

Otro éxito del director Daniel de la Orden, ya conocido por la exitosa serie juvenil Élite (2018-) o la película Hasta que la boda nos separe (2020) que muestra la otra cara de la moneda de una manera singular, emotiva y entrañable.

Esta comedia romántica tan inusual ha conseguido llegar a los corazones de miles de personas gracias a la especial historia de Adri (Álvaro Cervantes) y Carla (Susana Abaitua), unos jóvenes que se conocen en una noche de desenfreno. Tras la exhaustiva búsqueda de Adri, encuentra a Carla en un centro psiquiátrico en el que el joven conseguirá ingresar con la finalidad de conquistarla. Además, aprovechando la situación, Adri llevará a cabo un artículo sobre su experiencia en dicho lugar para la revista sensacionalista en la que trabaja. Gracias a Carla y al resto de pacientes, Saúl (Luis Zahera), Marta (Aixa Villagrán), Víctor (Nil Cardoner), Tina (Txell Aixendri) y Sergio (Eduardo Antuño), Adri irá reconduciendo su camino y cambiará la forma que tiene de entender y ver la vida.

Tráiler Loco por ella (2021)

Aún así, Loco por ella no se limita a la historia de amor entre los dos protagonistas, sino que trata con humor, gracia, respeto y dignidad las enfermedades mentales y sus consecuencias, rompiendo el tabú que les rodea y con la clara intención de desestigmatizar los prejuicios hacia la salud mental. A través de las diferentes historias de los personajes, nos acercamos a una realidad desconocida por la mayoría y que no siempre es bien recibida.

El trastorno bipolar de Carla, la esquizofrenia de Saúl, el Síndrome de Tourette de Marta o la depresión de Tina sirven de ejemplo en una sociedad que no siempre consigue ser tolerante. Loco por ella invita a aceptarnos los unos a los otros y a nosotros mismos, a querer nuestros defectos y a aprender con ellos, alejándose del, tantas veces dañino, discurso positivista estilo «Mr.Wonderful«.

Por otra parte, con cierta pizca de humor, Alberto San Juan, que interpreta al director de la revista en la que trabaja Adri, refuerza el mensaje de aceptación y caricaturiza con agudeza la intolerancia y las faltas de respeto hacia los colectivos que suponen una minoría.

«La próxima vez que vea a alguien triste no voy a pedirle que sonría, ni le voy a prometer que recuperarse está en su mano. Si de verdad quiero ayudarle, lo que voy a hacer es hacerle saber que aunque no sea capaz de entender lo que le pasa, estaré allí si lo necesita.»

Adri (Álvaro Cervantes), Loco por ella (2021)

Loco por ella es tan agradable de ver como sorprendente, pues aunque por el título parece simplemente una comedia romántica, esconde una profundidad y una historia tan necesaria y natural, que desde el primer momento deseas conocer la historia que se va a producir.

Una apuesta del cine español que consigue tocar los corazones del público y va más allá de la historia de amor cliché, dejando claro que aunque a veces el amor parece una «locura», no es imposible si las personas son las indicadas.

Imagen de la película Loco por ella – Adri (Álvaro Cervantes) y Carla (Susana Abaitua). Fuente: Moda Punta

Canas blancas y respeto olvidado

El maltrato a las personas mayores en las residencias está más presente en nuestro país de lo que realmente somos conscientes. No son pocas las imágenes que se difunden cada año con casos de ancianos siendo humillados por trabajadores de residencias o que malviven en unas condiciones pésimas. A ello se le suma la infantilización que sufren al ser tratados como personas que ya no sirven para nada.

Es triste que alcanzar una edad alta sea, en ocasiones, sinónimo de ser víctima de un trato injusto y vejatorio. Ser anciano supone haber alcanzado el último periodo de la vida, en el que deben de reinar la paz y la tranquilidad tras una vida dedicada al trabajo y al esfuerzo por mantenerse. En resumen, merecer tener una vida digna. A veces, llegar a esta edad supone tener que trasladarse a vivir a una residencia porque los hijos o familiares más cercanos no pueden hacerse cargo de ellos, por lo que los envían de buena fe a un lugar en el que van a tener todos los cuidados que necesiten con una atención bien merecida.

La realidad a veces dista de esta idea utópica de residencia como paraíso del anciano en el que se disfruta de la compañía de otros, se pasa el día entretenido y se tiene lo mínimo que merece una persona: ser tratado con respeto y no ser humillado. A raíz de la situación de pandemia mundial, hemos podido ver muchas más imágenes en los informativos sobre la situación de ancianos en residencias, al ser estas el foco de muchos de los brotes del virus y, al verse más la situación en la que vivían, han incrementado las denuncias por presuntos maltratos a ancianos residentes.

No hace falta irse muy lejos. Esto puede verse en uno de los casos más recientes, el de la residencia de mayores Domus VI de Llíria (Valencia). Hace apenas un par de semanas se difundieron unas imágenes grabadas por una extrabajadora en la que se observa un presunto maltrato a varios de los ancianos que allí residen. Entre los tipos de abusos a los que estos se ven sometidos destaca como a varios ancianos eran atados a sillas para inmovilizarlos. En el caso de otros, podían observarse llagas en sus cuerpos o que estuviesen completamente desnudos y en una situación de desatención por parte de los trabajadores.

Trato denigrante a ancianos. Fuente: El Mundo

“Abandonadas a su suerte. La desprotección y la discriminación de las personas mayores en residencias durante la pandemia de COVID-19 en España”, así titula Amnistía Internacional el informe sobre el trato a los mayores en las residencias durante la pandemia. En él se denuncia que se han vulnerado, principalmente en residencias de la Comunidad de Madrid, cinco derechos humanos: derecho a la vida, a la salud, a la no discriminación, a la vida familiar y privada y a morir dignamente. 

Esta vulneración de derechos se ve más agravada, si cabe, cuando se da a su vez el “edadismo”, es decir, la discriminación por razones de edad. De esta manera, se presenta a los ancianos como personas desprovistas de valor para la sociedad, siendo “improductivas, frágiles e incapaces”. Esto se utiliza a veces para justificar un trato diferenciado que es, a su vez, discriminatorio para ellos al tratarlos como seres menos válidos, no tenerles en cuenta o que en ocasiones tengan que lidiar con límites a la hora de acceder a algunos bienes y servicios. 

Ancianas apoyando el #StopEdadismo. Fuente: Los Argonautas

Algunos de los delitos que más se han presenciado últimamente en los medios contra los ancianos son:

  • Delito contra el honor, la intimidad o la propia imagen. Incluye la difusión de imágenes de ancianos en redes o de inviolabilidad de la intimidad de sus pertenencias. 
  • Delito de lesiones. Acciones que van contra la vida y la integridad física de la persona anciana. Está castigado con multas o, en caso extremo, con prisión.
  • Trato denigrante o inhumano. Acciones que pueden suponer una tortura, con penas de entre 6 meses y 2 años de cárcel.
  • Delito contra la libertad de las personas. Pueden incluirse actos como encerrar al anciano o atarlo en contra de su voluntad. Está penado con hasta 6 años de cárcel.

El procedimiento de actuación cuando existan casos de maltrato a los mayores de edad incluye, en primer lugar, recopilar pruebas de ese maltrato para poder poner, posteriormente, una denuncia. Se incluye como prueba cualquier material audiovisual o de sonido, sin que éste vulnere los derechos de terceros. La denuncia está dirigida contra la residencia y para ello se acude a la comisaría de Policía o ante la Fiscalía. 

El trato denigrante a los mayores debería de ser erradicado por completo de las residencias, que han de ser un espacio en el que se sientan bien atendidos y puedan pasar los últimos años de su vida tal y como lo merecen. Al fin y al cabo son seres humanos y, aunque la edad les juegue malas pasadas y haya que tener un poco más de paciencia con ellos, merecen conservar sus derechos hasta el último día de su vida.