A tres días de las elecciones generales, España sufría el mayor atentado terrorista de su historia en 2004. El pánico se hacía con la capital tras diez explosiones en cuatro trenes de Cercanías que aún perduran en la memoria de los españoles
Madrid, 11 de marzo de 2004
7:15 am
Es jueves. Son las siete y poco de la mañana. La ciudad ha despertado bajo una niebla que invisibiliza los edificios más altos. El frío es intenso. Como cada mañana, la estación está abarrotada. Todos llevan prisa. El siguiente tren sale en pocos minutos. Los vagones casi van llenos y algunos tienen que esperar al siguiente. Cuatro trenes de cercanías acaban de pasar la estación de Alcalá de Henares.
7:30 am
Se respira calma en cada coche del tren. Hay una mochila en el suelo; alguien debió perderla. Unos aprovechan el trayecto para dormir unos minutos más. Otros leen las noticias que abre los periódicos: los últimos actos de la campaña electoral o la victoria del Real Madrid contra el Bayern de Múnich. Casi todos viajan callados, pero es lo normal a estas horas de la mañana.
7:37 am
Algo ha roto el silencio. Un estruendo ensordece Atocha. Acaban de explotar tres bombas consecutivas en la vía 2, en el tren 17305, que tenía como destino final Chamartín. La explosión se ha originado en el último vagón, el más próximo a las escaleras mecánicas. El caos se apodera de la estación y nadie sabe qué ha pasado. La niebla se ha hecho humo y apenas se ve. La masacre ha despertado.
7:38 am
Ha vuelto a pasar. Esta vez en la estación de El Pozo del Tío Raimundo, en el barrio de Vallecas. El estallido de dos bombas más ha reventado el tren 21435, que salió de Alcalá de Henares hace apenas media hora con destino a Alcobendas.
7:39 am
El tren 21713 también ha sido destrozado. Otra carga explosiva lo ha hecho volar por los aires. La estación de Santa Eugenia sufre de nuevo el temblor.
Segundos después vuelve a estallar la tormenta. A 500 metros de la entrada de la estación de Atocha, en la calle Téllez, cuatro bombas más explotan en el tren 21431, con destino a Alcobendas.
Tres minutos desgarradores. Los más afortunados corrían sin destino en busca de respuesta. Otros muchos miraban desde el suelo, sin poder moverse, cómo huían a su alrededor. No había salida. El andén quedaba oculto entre el desastre. La desesperación recorría cada esquina de aquella estación. Miles de sollozos pedían un rescate a gritos. El más doloroso de los silencios alertaba de lo inevitable. Los atentados dejaron finalmente a 192 personas sin vida. Otras 1.900 fueron heridas.
No habría próxima estación. Cientos de historias a medias y miradas perdidas. Una última parada; el último viaje.



Renfe suspendió de inmediato el tráfico en todas las líneas con origen o destino a Madrid. El pueblo se entregó en cuerpo y alma. “Nadie les pidió nada y nos dieron todo lo que estuvo en su mano. Llovían mantas desde los balcones de Téllez”, contaba Juan José Carricoba, técnico de emergencias del Servicio de Asistencia Municipal de Urgencias y Rescates (SAMUR), para el diario El Mundo. La escena fue espeluznante.
Una entre mil historias
Voz Nueva ha querido hacer eco de una de las historias de los viajeros de aquellos trenes y sus familiares. Por ello, hemos contactado con un madrileño que que no ha dudado en sincerarse y relatarnos cómo vivió aquel día. Era su hermana mayor quien iba en uno de los trenes, pero ha preferido no hacerla revivir los hechos. Aunque para él también ha sido difícil hacerlo.
«Yo estaba en casa tranquilamente. Por aquel entonces estudiaba. Mi hermana se había ido a trabajar. No me acuerdo de la hora exacta, pero recuerdo que era muy pronto para que ella llamara a casa. El primer tren que explotó antes de entrar a Atocha fue en el que iba mi hermana. Iba en el vagón del centro, justo en el que estaba colocada la bomba. Ella se salvó gracias a que un hombre se tiró encima suya. Se despertó escuchando la voz de alguien que gritaba: ¿Hay alguien vivo? ¡Que me responda alguien! Era un paramédico del Samur. Mi hermana levantó la mano y en ese momento la cogió de la mano para sacarla del tren. Cuando salió se dio cuenta de que la persona que estaba encima de ella no tenía ninguna extremidad. Ella tuvo mucho trauma por ese tema.
Al primero que llamó fue a mí. Me dijo: Llama a papá y a mamá que me ha pasado esto. Yo no me lo creía y puse las noticias. Hablando aún con ella explotó la segunda bomba. Se perdió totalmente la comunicación y ya no supe nada más de ella. Llamé corriendo a mi madre. No podía creérselo. Me dijo que no me moviera de casa. Aún estando en llamada una compañera de trabajo se lo confirmaba por detrás. En ese momento colgó el teléfono y debió llamar a mi padre porque él no me contestaba las llamadas.
Más tarde, me enteré de que mi padre había ido a buscar a mi madre y se fueron a Madrid lo más rápido posible. Al llegar aparcaron en mitad de la calle y mi padre fue a hablar con un policía. Le dijo que no podía entrar, pero él acabó accediendo como pudo. Se me saltan las lágrimas. Habló con un paramédico y dio la casualidad que era el mismo hombre que atendió a mi hermana, entonces le dijo a donde la habían llevado. Fueron al hospital. Fuera había unas listas con nombres de los fallecidos y de los que habían ingresado allí. Mi hermana no salía por ninguna lista. Preguntaron por ella y nadie sabía nada de ella. Fueron al punto de información y en ese momento apareció mi hermana en una camilla. Le dijeron que tenían que esperar. Al cabo de una hora pudieron verla. Llevaba un collarín y un tapón de algodón en el oído. Debido a todo esto, mi hermana tiene el tímpano del oído derecho muy fastidiado. No oye apenas. Este día supuso un trauma muy fuerte para toda mi familia«.
Hermano de una superviviente de los atentados del 11M
Estos trenes nunca llegaron a su destino. Sus cientos de pasajeros tampoco. Alguien se encargó de ello. Nadie sospechó de una mochila tirada a los pies de un asiento. Quién iba a imaginar que un trozo de tela causaría tanto dolor. Varios miembros de un grupo yihadista activaron las bombas mediante teléfonos móviles que introdujeron en dichas bolsas. En total explotaron 10 artefactos. Fue posible desactivar otras tres bombas a tiempo. Semanas después, siete de los terroristas que colocaron las bombas se inmolaron en un piso de Leganés, matando a un GEO (Grupo Especial de Operaciones).
España se estremecía ante los hechos. El país convertía el dolor en rabia y viceversa en cuestión de minutos. Los madrileños exigían respuestas. En busca de justicia y explicaciones, se viralizó un SMS en el que se organizaba una concentración ante sedes del PP —entonces en el poder— a las 18 horas del sábado 13 de marzo. Necesitaban la verdad. Pablo Iglesias, el actual vicepresidente del Gobierno español, contó en 2014 que ese mensaje fue gestado por algunos de sus compañeros en la Facultad de Ciencias Políticas de la Complutense. Añadía que él no tuvo nada que ver.
La indignación también se hizo notar en manifestaciones y concentraciones multitudinarias por toda España. La lluvia no impidió las protestas.




Hoy se cumplen diecisiete años de aquella masacre. Aún retumba el sonido de las sirenas en Madrid. Ninguno de los allí presentes salió ileso. Ni siquiera el que no sufrió ni un rasguño. Quedaba un dolor más intenso. Algunos aún lidian con el eco de las explosiones. Todavía muchos viven en un constante once de marzo, sufriendo el acoso de los recuerdos en sus memorias. Recuerdos que nunca debieron aparecer en el andén de sus vidas. El eco eterno de tres minutos de crueldad desmedida.
En homenaje a todas las víctimas y supervivientes de los atentados del 11M