Cry Macho: los cowboys (no) lloran

Clint Eastwood desempolva el sombrero de vaquero y la silla de montar. Como en Mula (2018), se coloca delante y detrás de las cámaras para contarnos una historia que (quizás) ya nos había contado con anterioridad. Sin embargo, ¿resulta interesante esta deconstrucción de su carrera, o es solo un dramón que roza el telefilme?
Mike Milo (Clint Eastwood), un jinete en el ocaso de su carrera. Fuente: Fotogramas.

Ciertamente, multitud de críticas lo han señalado, pero el hecho de recordarlo no le quita valor: Clint Eastwood tiene actualmente 91 años a sus espaldas y más de 60 de trayectoria profesional. El director, productor y actor es una de las pocas leyendas vivas del cine; una reliquia del Hollywood de antaño. Por ello, toparse con una película suya en cartelera (prácticamente, cada año) no deja de ser una alegría para los espectadores de hueso colorado; especialmente, cuando decide desengrasar sus dotes interpretativas.

La crítica especializada (sobre todo, la angloparlante) ha vapuleado Cry Macho. Se la ha tachado de «lenta», «aburrida», «excesivamente sencilla»… Uno de los argumentos más comunes ha sido el cuestionamiento del señor Eastwood como protagonista: «Está muy mayor«. Con respecto a este detalle, creo que es precisamente lo que él buscaba: mostrar a una estrella cuyo brillo se apaga lentamente pero a la que le quedan suficientes fuerzas, coraje e incluso locura, como para embarcarse en otra epopeya cinematográfica.

Y sí, el concepto de «héroe crepuscular» no es algo que Eastwood haya inventado; lo preceden películas como Valor de Ley (Hathaway, 1969) con John Wayne. No obstante, si uno analiza su filmografía, notará que esta, junto con otras cuestiones como la culpa, la soledad o la vejez, son prácticamente los temas centrales del director. Es más, se podría decir que él es quien ha perfeccionado y madurado esas inquietudes narrativas. Solo hay que observar unas cuantas muescas en su revólver: Sin perdón (1992), Million Dollar Baby (2005), Gran Torino (2008), su reciente Mula (2018) o, incluso, Los puentes de Madison (1995). Todas ellas, en mayor o menor medida, tratan alguno (o todos) los leitmotive anteriormente citados.

Clint junto al gallo «Macho», el otro protagonista de la cinta. Fuente: HobbyConsolas

Por tanto, ¿volver a esas mismas inquietudes en Cry Macho no resulta reiterativo? En lo absoluto, y esto es porque, precisamente, la cuestión de la edad aquí funciona de forma más efectiva que nunca. Clint está visiblemente mayor, se mueve lentamente, su voz se siente cascada y apagada (todo esto en VO, aunque la versión doblada parece respetar esto con bastante fidelidad)… Y ese es justamente su punto.

El personaje de Mike Milo es un hombre que ha desperdiciado su vida siendo un tipo duro, «un macho» que se ha jugado el pellejo en incontables ocasiones y que, cuando ha tratado de recuperar el tiempo perdido, las cartas de la vida han jugado completamente en su contra. He ahí su caída en desgracia, he ahí su búsqueda de algún tipo de redención y he ahí su encuentro con este joven llamado Rafo (Eduardo Minett, en su primer papel angloparlante) quien le ayuda a salir del atolladero y encontrar las ganas de vivir.

La química entre un cascarrabias y resabiado Eastwood y el muchacho chulesco y temperamental es, de forma indiscutible, el corazón de la película. Y si a eso le sumamos la incorporación de un gallo peleón (que se roba cada plano en el que aparece), tenemos una road movie que funciona, divierte y emociona pese a adentrarse en territorio conocido. Para más inri, estén atentos a ciertas escenas, como en la que el chico y el cowboy conversan frente a una fogata o el monólogo de este último en la iglesia.

El trío protagonista: Mike, Rafo (Eduardo Minett) y el gallo Macho. Fuente: El Confidencial.

En cuanto a detalles técnico-artísticos, la dirección de fotografía de Ben Davis (Tres anuncios en las afueras y Doctor Strange, entre otras) saca especial provecho de las puestas de sol, lo que sintoniza en gran medida con «el ocaso de una leyenda». Además, la música de Mark Mancina (Tarzán de Disney, Vaiana, Con Air) aprovecha los ecos del western para deleitarnos con unas cuantas melodías country que sonrojarían a Gustavo Santaolalla (21 gramos, Babel, el videojuego The Last of Us).

Sin embargo, pese a sus mentados aciertos, se pueden plantear ciertas pegas respecto al libreto firmado por Nick Schenk (Mula, Gran Torino, la serie Narcos). Mientras que se exploran ciertas subtramas con sumo detalle, como el tierno romance con Marta (Natalia Traven) o la devoción por los animales y la vida rural, otras semillas plantadas no terminan de germinar. Por ejemplo, el maltrato físico y psicológico que sufre Rafo se muestra momentánea y efectivamente, pero la historia nunca vuelve a mencionarlo ni se aborda con la crudeza a la que nos tiene acostumbrados Eastwood. Sin ir más lejos de su filmografía, ahí están El francotirador (2014) o Mystic River (2003) como ejemplos de hasta dónde puede llegar el director cuando quiere tratar temas turbios o difíciles de soportar.

Así mismo, algunos matices y decisiones de los personajes no terminan de entenderse y ocurren de forma súbita; sin tiempo para que el espectador los procese. El cambio de parecer que sufre la madre de Rafo (Fernanda Urrejola) es tan repentino como desconcertante. De la misma manera, ciertos personajes que se plantean como antagonistas no terminan de sentirse como una verdadera amenaza y, en consecuencia, se recuperan para un clímax que transcurre de forma apresurada y sin grandes sobresaltos.

Milo enseña a Rafo a montar a caballo. Fuente: Espinof.

Quizás se trate de la sencillez formal y narrativa con la que Eastwood decide abordar toda la película (tiene mucho más de drama que de western). Aún así, no deja de ser chocante que el artífice de algunos de los desenlaces más memorables de la historia del cine (Million Dollar Baby o Sin perdón, por citar dos) nos brinde una resolución tan mundana y carente de épica. Porque Gran Torino sería muy dramática, urbanita y cotidiana, pero su tercer acto permanece en la memoria de cualquiera que la haya visto. Ese es probablemente su mayor problema: el conflicto final llega y se va en un suspiro; le falta fuerza dramática.

En síntesis, pese a que ciertos detalles del guion no están del todo pulidos, Clint vuelve a entregar otra película madura que sabe cómo y cuándo tocar la fibra sensible y que no teme cuestionar el pasado y legado de su estrella principal. Si esta fuese su última película, sería una humilde pero bonita despedida. Pero, como ya se sabe que el hombre vive por y para el cine, los amantes de este gran director seguiremos esperando cada una de sus propuestas con sumo entusiasmo. Porque el señor Eastwood podrá tener una ideología política que algunos abominen, pero que sus películas rezuman artesanía, reflexión y (sobre todo) humanismo, es algo incuestionable.

Concluyo con una cita de la propia cinta: «Eso de ser macho está sobrevalorado», a la que añado: «y lo de ser joven, tres cuartos de lo mismo».

Tráiler de la película.

Valoración de la película

Puntuación: 4 de 5.

Una película muy personal, sencilla en su realización y premisa, pero no por ello menos emotiva. Reflexiona sobre varias inquietudes muy familiares para los fans de Eastwood (la vejez, la soledad, el crepúsculo del héroe, el choque generacional) pero solo por el monólogo final de Clint merece un visionado. Muy en la línea de Lucky (2017), con Harry Dean Stanton. No apta para quienes esperen a Clint repartiendo balazos y tacos. Es una cinta crepuscular, pero también una celebración de la vida, del amor a la vejez y del reencuentro con la naturaleza.

Sin Perdón o «Cómo Clint Eastwood resucitó el western»

Años 90. La época dorada del western había terminado varias décadas atrás. Bailando con lobos (Costner, 1990) recuperó el género y Clint Eastwood lo reinventó.
Clint Eastwood como William Munny en Sin Perdón. Fuente: filmaffinity.com

Sin Perdón (Eastwood, 1992) no es importante por las muescas que tiene en su revólver, sino por lo que significó para el género western en su momento: un completo cambio de paradigma

Todos tenemos una idea preconcebida en torno al género: cazarrecompensas, caballos, asaltos a diligencias, duelos, indios, sheriffs, el saloon… Incluso el que ha visto muy pocas (por  no decir ninguna), sabe más o menos a qué se expondrá con una película de vaqueros. Y  no es de extrañar porque, aunque sea por parodias o pura “ósmosis cultural”, todos hemos visto alguna imagen icónica de estos filmes. Podemos darle las gracias a directores como John Ford (La diligencia, Centauros del desierto), John Sturges (Los siete magníficos, Duelo de titanes) o Howard Hawks (Río Bravo); y a actores como James Stewart, Henry Fonda, Gary Cooper y, por supuesto, a John Wayne (actor fetiche de Ford). Sin embargo, Sin Perdón le da la vuelta a todas estas cuestiones.

El film de Eastwood es una deconstrucción de los tropos del género. Esto, de partida, no suena novedoso: ya hubo cintas durante la etapa clásica que se salían de los esquemas. Raíces profundas (Stevens, 1953) cuenta la historia de un cowboy con un pasado turbio y que se resiste a empuñar un arma de nuevo, hasta que las circunstancias de una familia de granjeros lo obligan a volver a entrar en la espiral de violencia.

Valor de ley (1969) nos muestra a un John Wayne viejo, borracho y cascarrabias, que en su momento fue una leyenda, pero que ahora no es ni la sombra de lo que era. Grupo salvaje (Peckinpah, 1969) va de un grupo de forajidos cafres, quienes terminan dándose cuenta de que no tienen cabida en una nación que ha derivado a la civilización. Y El hombre que mató a Liberty Valance (Ford, 1962) contrapone precisamente a esas dos visiones: el arcaico y violento Salvaje Oeste, encarnado en el personaje de John Wayne, y la nueva sociedad estadounidense construida en torno a leyes y valores democráticos, encarnada en James Stewart.

Sin embargo, Clint Eastwood y David W. Peoples (el guionista) toman elementos de todas aquellas (sobre todo, en términos de tono) y los reformulan para crear algo totalmente nuevo. El resultado final es una película que destila cierto aroma familiar para los aficionados y nostálgicos del género pero que, a su vez, nos muestra el Wild West como nunca antes lo habíamos visto: gris, amargo y con un realismo que resulta hasta chocante.

William Munny (Eastwood) junto a su viejo amigo Ned Logan (Morgan Freeman). Fuente: festival-cannes.com

Ya desde el inicio vemos a William Munny (Eastwood) enfermo, revolcado en el barro con los cerdos de su granja y cayéndose del caballo. La película nos está dejando su declaración de intenciones… ¿En qué otra película habíamos visto a un vaquero protagonista con dificultades para subir a lomos de su corcel?

Con los tiroteos, ocurre algo muy similar: las balas vuelan en todas las direcciones, pero rara vez dan en su objetivo, y las muertes son entre poco y nada espectaculares (incluso un personaje muere en el retrete). Un vaquero más joven, que parece actuar como el avatar del espectador y que acompaña a Munny en su aventura, le pregunta sobre si los duelos eran tan horrendos y desconcertantes en su época. Ante esto, el personaje de Eastwood responde: “No lo recuerdo, solía estar siempre borracho…”

William Munny practicando su puntería tras años de retiro. Fotograma de la película

La desmitificación continúa hasta en la escenografía. Vemos localizaciones tan trilladas como los interiores de un tren, una taberna o la oficina del sheriff. Sin embargo, en muchas ocasiones, estos espacios son filmados entre sombras, como la propia historia que nos están contando. Creo que la escena que mejor ejemplifica esto es el ya mítico desenlace en la taberna… En consecuencia, la escenografía guarda una conexión temática con el tono y argumento del filme. 

A pesar de esto, en la película pueden vislumbrarse ciertos atisbos de luz y optimismo, empezando por los escenarios naturales. Contemplamos desde verdes praderas y rocosos desfiladeros, hasta preciosos atardeceres que sonrojarían al mismísimo John Ford. La fotografía de Jack N. Green, quien ya trabajó con Eastwood en El sargento de hierro (1986) y repetiría en Los puentes de Madison (1995), es sencillamente impecable

Fotograma de la cinta; deudora de los western de John Ford.

Pero no es una película que resulte interesante únicamente desde un punto de vista técnico o de guion, también resulta apasionante por la dirección de actores. Solo con los cuatro nombres que aparecen en el poster tendría para escribir un ensayo de la complejidad y matices de cada personaje. Me limitaré a resumir cada uno de ellos en un par de frases. 

Clint Eastwood interpreta a un vaquero lánguido y malhumorado, que antaño fue un despiadado criminal (lo describen como “William Munny, el asesino de niños y mujeres”). Solo Clint, desde su madurez, podría interpretar a un personaje como este: débil y en el ocaso de su larga vida, pero que es capaz de armarse de rudeza y mala leche cuando alguien comete el error de “tocar” a sus seres queridos. 

Morgan Freeman interpreta al viejo socio de Munny, actuando como su brújula moral, con la sobriedad interpretativa y calidez humana a la que este actor nos tiene tan acostumbrados. 

Sir Richard Harris como Bob «el Inglés». Fotograma de la película

Richard Harris interpreta a Bob “el Inglés”, un cazarrecompensas fanfarrón pero con el que estableces una inmediata complicidad. De hecho, pese a que la cinta expone varias frases y discursos icónicos, el monólogo que más avispado resulta para este espectador corre a cargo del británico. No quiero destriparlo, pero hace alusión a la diferencia entre asesinar a un presidente o a una reina…

Y, por supuesto, el rey absoluto de la función es Gene Hackman (ganador del Oscar a Mejor Actor de Reparto), quien encarna a Little Bill, el implacable sheriff del pueblo que está dispuesto a hacer lo que sea con tal de imponer su autoridad. Sería fácil reducirlo a un simple villano, y aunque tiene momentos de absoluta crueldad, Hackman consigue interpretarlo con una actitud lo suficientemente campechana como para que (al principio) te resulte simpático. Particularmente, la escena en la que desmonta hazañas y leyendas de cowboys a un cronista, en su tan artesanal como torcida cabaña, ilustra muy bien todos los detalles de este siempre brillante intérprete.

Fotograma de Gene Hackman como Little Bill, resultando ganador de un Oscar por este rol.

En resumen, por una historia crepuscular y cruda sobre el Salvaje Oeste, por unas interpretaciones para el recuerdo, por una puesta en escena cuidada y, sobre todo, por revisitar el mito del cowboy con una visión tan iconoclasta como nostálgica, Clint Eastwood nos brindó (irónicamente) una de las películas más emblemáticas del género. A día de hoy, cuesta encontrar westerns que puedan hacerle sombra. No me tiembla el pulso al afirmar que es una obra maestra y que la recomiendo encarecidamente. Cierro con unas palabras de William Munny:

Matar a un hombre es algo despreciable. Le quitas todo lo que tiene, y todo lo que podría llegar a tener”.

Tráiler retro de la película.

Valoración de la película

Puntuación: 5 de 5.

Uno de los mejores western de la historia. Un visionado imprescindible, tanto para los amantes del género como para los más escépticos.

Los 7 «magníficos» samuráis

Vayamos a 1954, os sonará un tal Akira Kurosawa ¿verdad? Ese año estrenó una de las consideradas mejores películas para la historia del cine: Los siete samuráis. Película con la que se aseguró dejar huella en cineastas posteriores; y tanto que la dejó, pero seguro que no ha ocurrido de la manera en la que el propio Kurosawa se lo esperaba

Siglo XVI, Japón. Una aldea de pobres campesinos es constantemente saqueada por unos bandoleros. Uno de los campesinos se entera de cuándo será el próximo ataque. Los campesinos, para plantarle cara de una vez a sus enemigos, deciden ir a la ciudad y contratar a un grupo de samuráis para que les ayuden en su contienda. Sin embargo, esto no será tarea fácil ya que únicamente les pueden pagar garantizándoles tres platos de arroz al día.

Después de casi cuatro horas de visionado en japonés subtitulado —algo no muy convencional como se puede intuir— lo que deja esta película en el espectador son ganas de más, y no lo digo a malas, todo lo contrario. Acababa de terminar una de las mejores películas que jamás había visto. Una película que, a pesar de sus 67 años de edad, no había envejecido en absoluto.

Esta película presenta una increíble dirección y una narrativa bastante interesante, además de la maravillosa puesta en escena formando así, y lo vuelvo a decir, una de las mejores películas que he visto. Sin embargo, había algo que constantemente me sacaba de la película…

Cartel de presentación de la película. Fuente: BBC

Constantemente me preguntaba por qué una trama tan sorprendente y una estructura tan impredecible podían llegar a sonarme tanto, es como si alguna vez hubiese visto ya esa película.

Realmente estaba en lo cierto, ya había visto esa película antes, solo que no estaba contextualizada en el Japón feudal del siglo XVI, sino en el lejano oeste americano.

Y sí, tan solo seis años después del estreno de la versión japonesa, el cineasta John Sturges (The great escape) realizó su propia versión a la americana con este peculiar western.

No se limitó a coger la historia original como concepto y de ahí desarrollar una nueva historia, John Sturges tomó de la película japonesa el perfil y la presentación de personajes, gags, escenas, subtramas, diálogos e incluso composición de algunos planos. Solo que tuvo la habilidad de resumirla en dos horas convirtiéndose así en un producto mucho más convencional y más acorde a lo que el público americano estaba acostumbrado a esperar.

Si que es verdad que en su día no llegó a ser un gran éxito en taquillas. En cambio, actualmente es más recordada que la película en la que se basa, curiosamente, por otro nuevo remake.

En 2016 Antoine Fuqua cuenta con su actor de confianza Denzel Washington para protagonizar este remake del clásico western; contando en su elenco a actores de primera fila de Hollywood como Chris Pratt y Ethan Hawke y, así, homenajear la película de 1960. De esta manera, vuelve a la gran pantalla la historia de estos siete mercenarios, eso sí, actualizada al consumo cinéfilo actual e incorporando algunos cambios.

Por lo tanto, esta última producción ya significó cierto punto de inflexión decantando como clásico por antonomasia a la obra de John Sturges.

Y ojo, no lo estoy culpando de nada, considero Los 7 magníficos como uno de los mejores clásicos de este género americano, solo que la gran película de Kurosawa quedó un poco en el olvido y en la retaguardia o en “la parrilla” de aquellos espectadores más cinéfilos y dispuestos a disfrutar de esas cuatro horas en japonés subtitulado de las que hablaba anteriormente.

Imagen del elenco principal durante el rodaje de los 7 magníficos, 1960. Fuente: Reddit

Por lo tanto, hilando con la idea lanzada al principio, Kurosawa creó una historia de verdaderos héroes capaces de arriesgar su vida a cambio de un plato de comida, sólo para ayudar a personas necesitadas de sus servicios; desgraciadamente, la increíble historia que creó ha sido eclipsada por la industria americana siendo recordada por el western clásico de los años 60 y, si me apuras, por la imagen de Denzel Washington caracterizado de pistolero cual Sheriff Woody.

Y, hablando de películas de Disney Pixar, ¿recordáis Bichos? Pues también está inspirada en Los siete samuráis, pero eso ya es otra historia. ¿Os apetecería saber más?

Heimlich en una de las escenas de bichos. Fuente: Giftmania

¿Y vosotros? ¿Conocíais la relación entre estas películas?

Noticias del gran mundo, una historia llena de «cuentos» sobre el nacimiento de una nueva nación


La película, estrenada en diciembre de 2020 en Estados Unidos, llegó a España de la mano de Netflix el pasado miércoles 10 de febrero. La producción dirigida por Paul Greengrass (Conocido por películas como el Capitán Phillips o La saga Bourne) cuenta con Tom Hanks y con una jovencísima Helena Zengel nominada a los Globos de Oro por su actuación en este peculiar western, adaptación de la novela homónima de Paulette Jiles
(Para saber sobre más nominaciones a los Globos de Oro, haz click aquí).

Años después de la guerra civil americana, el capitán Jefferson Kyle Kidd (Tom Hanks), veterano de las tropas norteñas, se gana la vida viajando de ciudad en ciudad leyendo noticias y contando historias al público rural. En su camino se encuentra con Johanna (Helena Zengel) una niña de ascendencia alemana arrebatada de su familia por una tribu aborigen Kiowa cuando tan solo era un bebé. Capitán Kidd decidirá llevar a Johanna de vuelta con lo que quede de su familia, a la vez que intentará educarla en la cultura americana; sin embargo, los cientos de kilómetros que le separan de su destino no serán nada fáciles.

Para entender esta historia, la tenemos que comparar con una típica historia de héroes y caballeros medievales, en las que el protagonista se ha de enfrentar a diferentes monstruos y otras adversidades. Pues esto, es igual.

Es decir, tras dejar atrás un primer acto en el que se presenta a ambos protagonistas: Al capitán como un excombatiente con la necesidad de limpiar su conciencia, y a la niña, como una salvaje incapaz de relacionarse con el medio que le rodea, se pasa de forma repentina lo que llamaremos “su aventura”. Apareciendo en el segundo acto tres subtramas muy acordes con el contexto en el que sucede la historia, el único «pero» que encuentro es que son demasiado cortas. Estas son tramas con una estructura propia, como tres microrrelatos dentro de la historia en sí, pero suceden tan rápido que da la sensación de que quedan incompletos, te dejan con ganas de profundizar más.

Además, el salto entre tramas queda un poco vacío. Es decir, se pasa del todo a la nada, llegando incluso a desconectar al espectador. De hecho, lo mismo ocurre con el salto al tercer acto y con la propia resolución. No obstante, estas subtramas de las que hablo, son bastante entretenidas y nos permiten indagar en el concepto de la película, el nacimiento desde cero de “una nueva nación” bastante pintoresca y muy marcada por el paso de la guerra civil americana.

Fotograma de la película. Netflix

Esta temática de la película no solo la encontramos en la relación entre los dos protagonistas y en las subtramas anteriormente comentadas; también en las propias historias que cuenta el capitán Jefferson de pueblo en pueblo, que van variando al cambiar la personalidad del protagonista, pero aquí no entraremos para evitar posibles spoilers.

También resulta bastante interesante la fotografía, muy cuidada y bonita; así como la dirección. Es una película que tiene la capacidad de contar mucho usando pocas palabras, ya que los personajes principales no hablan el mismo idioma y creo que eso es algo bastante destacable para el desarrollo del largometraje.

Otro aspecto a destacar en la película es la música que nos puede recordar a emblemáticos y clásicos westerns. La obra de James Newton Howard le ha valido a esta producción una nominación a los Globos de Oro.

Fotograma de la película. Netflix

Viendo esta película podemos encontrar un símil con el clásico western de John Ford, Centauros del desierto una cinta de 1956 protagonizada por John Wayne. Es una película con una temática y un contexto bastante parecido y, por si fuera poco, Paul Greengrass se permite realizarle un guiño con uno de sus planos más icónicos. Todo buen cinéfilo sabrá a cuál me estoy refiriendo.

En resumidas cuentas, aunque esas subtramas te dejan con ganas de más y los “tiempos muertos” entre ellas pueden dejarte un poco vacío o que, emocionalmente, no transmita tanto como quisiera, no está nada mal. Es un producto bastante resultón al fin y al cabo protagonizado por uno de los actores más importantes de Hollywood y que no se olvida del formato western clásico.

Valoración

Puntuación: 3 de 5.

Tiene historias bastante interesantes pero se terminan quedando cortas, no obstante, es bastante entretenida y cuenta con unas interpretaciones, música, fotografía y concepto bastante llamativas.