La vacuna de la COVID-19: Geopolítica y desigualdad en un mundo globalizado

La estrategia de inmunización de la población mundial tiene un trasfondo cargado de tensiones políticas, intereses egoístas e indiferencia por el actor más desfavorecido. La salud pública libra una batalla con el poder político y económico.

Nuestra vida cambió hace un año con la llegada de un intruso a nuestras vidas. Durante todo este tiempo, nuestro mayor deseo es que se marche cuanto antes. El coronavirus no está siendo fácil de vencer, pese a que disponemos del arma para ello. La vacuna llegó en diciembre de 2020 para felicidad de todo un mundo agotado. Pfizer y Moderna fueron las primeras industrias farmacéuticas que lanzaron sus compuestos en Estados Unidos y Europa.

Tras ellas, han sido aprobadas dos más hasta el momento. Así, nos podemos encontrar con el bien más preciado del mercado. Otros países, como Rusia y China, también alardean de haber encontrado una vacuna en sus países, pero no se cuenta con ellas por el momento en occidente. ¿Por qué? ¿Cómo está funcionando el mercado con esta nueva joya llamada vacuna? ¿Qué piensa la sociedad? En este artículo, trataremos de dar respuesta a esas preguntas desde un enfoque geopolítico.

Vacunas para aumentar la influencia política

Desde mucho antes de la aprobación de las primeras vacunas, los países ya andaban inmersos en negociaciones para su compra. Los actores más importantes en este entramado son Estados Unidos, Rusia, China y la Unión Europea. Los 27 Estados miembros están actuando de forma conjunta para garantizar la equidad y un ritmo similar para salir de la crisis. Las industrias farmacéuticas recibieron dinero público como venta anticipada que usaron para financiar sus investigaciones. Estados Unidos, China o Rusia comenzaron a rastrear sus áreas de influencia para ver posibles compradores, pese a que las empresas desarrolladoras son privadas.

Pudimos ver una situación muy similar a la que aconteció durante la Guerra Fría con la carrera espacial. Podemos decir que la ganadora fue Pfizer: pese a que la Sputnik V rusa fue aprobada un mes antes, no llegó a tantos rincones como la de la firma americana. No obstante, su precio y sus condiciones para ser distribuida hacen que haya sido desbancada por Astrazeneca. La vacuna norteamericana es administrada en 89 países, mientras que la británica ha llegado a 135 países, según datos de Statista.

La presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von Der Leyen, con el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez. Fuente: Twitter @vonderleyen
Tensión entre potencias

La búsqueda de poder genera tensiones. La más clara, la que tiene lugar entre la Unión Europea y Reino Unido. Ursula Von Der Leyen ha amenazado en alguna ocasión al Gobierno británico con bloquear las exportaciones de las dosis de AstraZeneca producidas en territorio europeo si la farmacéutica no cumplía lo acordado con Europa. Este no es el único escenario de tensión. Dentro de la propia UE, hay algunas potencias que han actuado o plantean actuar por su cuenta con objetivo de obtener más dosis.

La canciller alemana, Ángela Merkel, y el presidente francés, Emmanuel Macron, mantuvieron una reunión con el presidente ruso Vladimir Putin buscando acuerdos de colaboración para adquirir y producir la vacuna Sputnik V, del instituto Gamaleya. Hungría y Eslovaquia aprobaron por su cuenta el uso de la vacuna rusa, desentendiéndose de las decisiones de la EMA, que sigue revisando el vial para su autorización de emergencia.

Un reparto desigual

Las grandes potencias están vacunando a sus ciudadanos, con miras a reconstruir sus devastadas economías y recuperar turistas. Mientras, los países más desfavorecidos, sin poder político ni económico para afrontar una compra masiva de vacunas, continúan sin poder inmunizar a su población. En respuesta a esta brecha, se han creado distintos mecanismos basados en la solidaridad que tiene como objetivo llevar los viales a aquellos rincones olvidados del planeta.

Uno de ellos, el más cercano, es COVAX, codirigido por la Alianza Gavi para las Vacunas (Gavi), la Coalición para la Promoción de Innovaciones en pro de la Preparación ante Epidemias (CEPI) y la Organización Mundial de la Salud. Mediante el acelerador ACT, se busca acelerar el desarrollo y producción de vacunas. Pretende repartir vacunas para, al menos, el 20% de la población de esos países. Sin embargo, a día de hoy, y según datos expuestos por la OMS, sólo una de cada 500 personas ha recibido al menos una dosis en países desfavorecidos, mientras los contagios crecen descontroladamente. Pandemia global, auxilio no tan global.

“Sáquenme de aquí por favor”: la historia de un periodista que murió por COVID y escribió su último relato desde el hospital

Augusto Itúrburu ingresaba el pasado marzo en un hospital ecuatoriano por una simple tos causante de un positivo en COVID que le arrebató la vida un mes después
Augusto Itúrburu. Fuente: diario El Telégrafo

Latinoamérica era arrasada con especial fuerza por la primera ola de la covid-19 arrastrando la vida de miles de personas. Guayaquil, Ecuador, fue la primera ciudad afectada. En el primer mes y medio de la pandemia en Guayas, provincia donde se ubica Guayaquil, murieron 16.000 personas. Allí residía Augusto Itúrburu, un periodista cuya muerte estuvo envuelta en cierta polémica el pasado abril.

La crítica situación en Guayaquil en la primera ola de la pandemia. Familias conviven con los cadáveres de sus parientes. Fuente: YouTube: El Mundo

Augusto trabajaba desde 2013 en el diario ecuatoriano El Telégrafo. Sus trabajos en relación con el deporte le hacían destacar entre la redacción por su afición al mismo. Años más tarde aceptó formar parte del Comité de Empresas del diario por su gran profesionalidad.

Habían pasado pocas semanas del fallecimiento de su madre por cáncer de estómago. Augusto comenzó a sentir malestar a principios de marzo. Sus compañeros de trabajo recuerdan: «Él bromeaba, tosía y decía ‘ojalá que no sea coronavirus’”. Acudió finalmente al hospital, donde simplemente le recetaron unos antibióticos que no resultaron ser muy efectivos. Una semana después regresaba al centro hospitalario, en el que a pesar de presentar claros síntomas de ser portador del virus, no se le realizó ninguna prueba. Diez días más tarde se la realizaban, obteniendo en esta ser positivo como era de esperar. Fue ingresado en el Hospital Los Ceibos el 23 de marzo por dificultades respiratorias. Era tarde para frenar el virus. Falleció el 15 de abril de 2020 a la temprana edad de 40 años.

Augusto Itúrburu. Fuente: El Universo

El 29 de febrero, el periodista acudía a una conferencia de prensa en la cual componentes del gobierno nacional anunciaban el primer caso de coronavirus en Ecuador. La vida parecía avisarle. Él no trabajaba para la sección de salud, pero aquel día le tocó hacer guardia. En el acto no hizo ninguna pregunta. Mostraba cierta indiferencia en el tema. Sus allegados cuentan que en la intimidad se burlaba del virus quitándole importancia. Ese virus que meses después acabaría con su vida.

El diario El Telégrafo informa de la muerte de Itúrburu. Fuente: Instagram

El día de su ingreso, Augusto dejó sus objetos personales en una bolsa roja. Sus pertenencias serían entregadas a sus familiares (o al menos eso le transmitían). El personal del hospital le permitió quedarse con su móvil. Esto era inusual, pues la mayoría de pacientes que ingresaban por covid-19 no tenían ningún tipo de comunicación con el exterior.

Su teléfono fue su fiel compañero en aquella soledad. En él se desahogaba y hablaba con sus familiares. A través de este escribió el que sería su último relato. Augusto enviaba sus desahogos al que fue además de su amigo, su antiguo editor. El último mensaje que este recibió decía: “Esto agota el cuerpo”. Él ya intuía que no saldría con vida de aquella habitación. Cuando su amigo le dice que se recuperará, Augusto responde: «Lo dudo». Su novia también recibía frecuentes mensajes. “Sáquenme de aquí por favor”, le escribía.  

El 27 de marzo Augusto fue entubado. El personal sanitario le retiró el móvil para que dejara de pensar en el exterior.

La polémica llegaría tras su muerte. Su hermano, Nelson Itúrburu, contaba a los medios que las pertenencias de aquella bolsa roja nunca aparecieron. “Yo estaba en la morgue cuando mi papá me llama, y me dice que han sacado la plata de la cuenta del banco, que la tarjeta (que tenía Augusto cuando ingresó al hospital) estaba activa y que esa mañana habían sacado la plata”, contaba. Decidieron denunciar, abriéndose así una investigación.

Comunicado oficial del Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social ante la denuncia de los familiares de Itúrburu. Fuente: Twitter (@lahistoriaec)

Este no fue el único robo que se ocasionó en este hospital. La gran cobertura mediática de esta noticia dio el impulso necesario a otros ciudadanos afectados para denunciar.

La historia de Augusto Itúrburu no es más que un reflejo de la tragedia que supone esta pandemia para miles de familias. El horror de la desesperación se hacía notar en cada rincón de aquel hospital. Augusto lo garantizaba desde su móvil. Un móvil mediante el que ha sido posible conocer cada pensamiento de un afectado. Pensamientos comunes alrededor del mundo sin importar raza, género o edad.